viernes, 2 de enero de 2009

Algunas consideraciones sobre los conceptos de “Verdad” y “Revelación” en el lenguaje poético y filosófico.

por David Esquivel

Pleno de méritos, pero es poéticamente
como el hombre habita esta tierra.
Hölderlin

La relación entre filosofía y poesía ha pasado por múltiples y alternativos momentos que van desde la enigmática cercanía hasta la abierta disputa; la ruptura y la descalificación del quehacer y los alcances de una y otra actividad por parte de su contrario. Ya Platón, figura por demás representativa en el devenir de tan complejo binomio, tuvo a bien nombrar a tal relación como Palaia Diafora, esto es, una discordia que ya era antigua en tiempos del filósofo ateniense. Muestras de aquel largo debate con respecto al estatuto de filósofos y poetas, los encontramos en fragmentos de diálogos como Ión, Parménides, o el libro X de La República, así como en el tratamiento que del amor, el entusiasmo y la poesía aparecen en diversos rincones del Fedro, o El Banquete. Nuestra finalidad en esta ocasión no será abordar directamente algún pasaje específico de la relación entre filosofía y poesía en el marco de la historia del pensamiento. Los motivos de este escrito giran más bien, en torno a los análisis que diversos pensadores como María Zambrano, Martín Heidegger, Hans-Georg Gadamer y Ramón Xirau, entre otros, realizan desde el siglo XX para esclarecer un poco, si no resolver del todo, el terreno y las condiciones de la relación entre poesía y filosofía así como sus alcances y posibilidades.

Es con el análisis que una de las filósofas más importantes del siglo XX como lo fue María Zambrano que comenzaremos a abordar la problemática relación entre filosofía y poesía a partir de la determinación de ambos quehaceres y sus alcances. Para Zambrano la filosofía, particularmente desde el advenimiento de la dialéctica y su difusión a manos de Platón, ha ido consolidándose a lo largo de su historia como una actividad cuyo fin primordial es la búsqueda de la unidad. Para encontrar aquello que se considera “lo firme, lo verdadero compacto e independiente que es absoluto que en nada se apoya y todo viene a apoyarse en él”[1], la filosofía, según Zambrano ha elegido el camino que más claridad aporte, el del sistema que pueda revelar el núcleo de los entes y el concepto. La verdadera filosofía, desde cierta lectura de Platón que corresponde a aquellos diálogos en los que puede encontrarse la textual animadversión del ateniense hacía los poetas, tiene como finalidad escapar de las apariencias en busca de la unidad ideal. Son estas mismas apariencias a las que el poeta se queda adherido, como habitante de las sombras que se instala para siempre en una actividad cuyos frutos no son más que imitación de la imitación.

Pero, justo antes de la definitiva ruptura que entre filosofía y poesía ha de significar la llegada de Platón, es indudable la presencia de aquellos poetas que, para María Zambrano se esforzaron para que “todo lo que hay y lo que no hay llegara a ser”. Hubo ciertamente poetas que antes que preocuparse por el método buscaron y fundaron la búsqueda de la unidad, como nos dice Zambrano: “El poeta, en su poema crea la unidad con la palabra, esas palabras que tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de cada instante. El poema es ya la unidad no oculta, sino presente: la unidad realizada, diríamos encarnada”[2]. La palabra de la poesía más que demostrar revela, la poesía es Aleqeia en su sentido más amplio, el corrimiento fugaz de un velo, una revelación que explota a la velocidad de una supernova, con esa misma intensidad que opaca galaxias enteras. En palabras de Zambrano, “la comunicación entre el logos poético y la poesía concreta y viva es más rápida y frecuente, el logos de la poesía es de consumo inmediato, cotidiano; desciende sobre la vida, tan a diario, que, a veces, se la confunde con ella.”[3] Tal vez por ello, con y veces a pesar de Platón[4], cuando los griegos comenzaron a ejercer la filosofía, el uso de la forma poética como vehículo de su búsqueda no representó un verdadero problema. Una muestra clara la encontramos en los aforismos de Heráclito, la poesía de Empédocles o poema del Ser a cargo de Parménides por citar algunos casos que corresponden a un momento de feliz unión entre filosofía y poesía. A propósito de la búsqueda de la poesía Zambrano nos comenta:

“La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y no habrá jamás. Quiere la realidad pero la realidad poética no es sólo la que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable justicia caritativa, pues todo tiene derecho a ser, hasta lo que no ha podido ser jamás.”[5]

En la obra de María Zambrano, la búsqueda de una reivindicación no sólo del quehacer poético sino el rescate de las posibilidades de la poesía como agente revelador del mundo son evidentes. Paralelamente a esto, la obra de la filosofa española da cuenta de la pugna constante que, desde los orígenes mismos de la filosofía, ha existido entre una forma de conocimiento sistemática y plenamente racional, que parece predominar y en ocasiones identificarse absolutamente con lo verdaderamente filosófico, y aquella otra forma más bien libre y asistemática que representa la actividad poética. Con respecto a la capacidad reveladora de diversos géneros poéticos o bien, del probable monopolio que de dicha posibilidad ha hecho la filosofía, Wellek y Austin distinguen dos bandos principales, a saber,

1. Frecuentemente la literatura se entiende como una forma de filosofía, como “ideas” revestidas de forma y se analiza para extraer de ella ideas dominantes.

2. El absoluto opuesto consiste en negar el contenido filosófico de literatura.

Wellek y Austin consideran sobre la relación entre filosofía y poesía y en un caso más general, que puede tratarse a la literatura como un documento útil para la historia de las ideas y de la filosofía en la medida en que la historia literaria corre paralelamente a la historia de la cultura y la refleja, de manera que “ciertos contenidos presentes en las obras literarias podrían entonces poner de manifiesto la adhesión de un poeta a determinada filosofía, o bien, siendo el caso, mostrarían que dicho poeta tuvo conocimiento directo de alguna filosofía o era capaz de manejar sus supuestos generales”[6]. Tal afirmación nos llevaría a la consideración provisional de los poetas como pensadores menores, no sin antes provocar la formulación de preguntas tales como: “¿Es mejor la poesía por ser más filosófica? ¿Cabe juzgar la poesía según el valor de la filosofía que adopta o según el grado en que da muestras de comprenderla?”[7].

Siguiendo al crítico alemán Rudolf Unger quien a su vez basó sus investigaciones en el pensamiento de Wilhem Dilthey, nuestros autores confirman la presencia de una afirmación constante en la historia del pensamiento con respecto a la probable unión entre filosofía y poesía, sugerida por Zambrano, que a la larga terminarán descartando. Para Unger, nos dicen, “la literatura no es conocimiento filosófico traducido a imágenes o a versos, sino que expresa una actitud general ante la vida, que los poetas, por lo común, contestan de un modo no sistemático a cuestiones que también son temas de la filosofía , pero que el modo poético de responder difiere según las épocas y las situaciones”[8]. La posibilidad de hermanar diversas actitudes del pensamiento con respecto a la vida, generaría, de seguir con Unger, diversos tipos de Weltanschauung compartida tanto por literatos como por filósofos. Tal clasificación quedaría esquematizada como sigue:

1. Positivistas.
Característica: Explicación del mundo espiritual por el material. Integrantes: Demócrito, Lucrecio, Hobbes, Enciclopedistas franceses, materialistas y positivistas modernos, Balzac y Stendhal.

2. Idealismo Objetivo.
Característica: La realidad es expresión de una realidad interna, no hay pugna entre el ser y el valor. Integrantes: Heráclito, Spinoza, Leibniz, Schelling y Hegel, Goethe.

3. Idealismo dualista o “Idealismo de la libertad”
Característica: Independencia del espíritu respecto a la naturaleza. Integrantes: Platón, los teólogos cristianos, Kant, Fichte y Schiller.

A pesar de que, en algún momento de la historia de la relación entre filosofía y poesía se haya llegado a pensar en una posible integración o mejor dicho, en la ausencia de una verdadera escisión entre ambas, Wellek y Austin consideran que tal integración es muchas veces ilusoria y que los argumentos a favor de dicha postura, como es el caso de Rudolf Unger, se basan en un estudio de la ideología literaria, la declaración de las intenciones y los programas poéticos, que, acudiendo forzosamente a formulaciones estéticas existentes, acaso guarden solamente una relación remota con la práctica real de los artistas. Aunque escépticos sobre la integración existente entre filosofía y literatura Wellek y Austin no niegan la posibilidad de:

“...cierto paralelismo reforzado por el común trasfondo social de una época, y, por tanto, por influencias comunes ejercidas en la filosofía y en la literatura. Pero incluso en esto, la hipótesis de un trasfondo social común puede ser ilusoria en realidad. Con frecuencia la filosofía ha sido cultivada por una clase especial que puede ser muy distinta a la que cultiva la poesía, tanto en relaciones como en procedencia social. Mucho más que la literatura, la filosofía ha sido cultivada con la Iglesia y la Academia. Como todas las demás actividades humanas tiene su propia historia, su dialéctica propia; sus facciones y movimientos no están, a nuestro modo de ver, tan íntimamente relacionados con los movimientos literarios como suponen muchos cultivadores de la Geistesgeschichte.”[9]

Con respecto a la pregunta sobre el valor de la poesía filosófica, Wellek y Austin aseguran que la presencia de un fondo ideológico en un poema, siempre y cuando se mantenga en su contexto, parece acrecentar su valor artístico en la medida en que corroboran ciertos valores artísticos importantes como son la “complejidad” y la “cohesión”. Sin embargo, “aunque una intuición teórica puede aumentar la hondura de penetración y ampliar el horizonte del poeta, no es forzoso que sea así. Estorbará al artista demasiada ideología si no la asimila.”[10]. Creemos que una diferencia sustancial entre Wellek y Austin, los autores que hemos analizado y los que estamos por analizar, radica en que, para los primeros, los momentos en la historia de literatura en que las ideas con forma literaria resplandecen de manera que pueda operarse la identificación entre la filosofía y el arte, corresponden a casos aislados y poco frecuentes. Ciertamente es posible que en ciertas manifestaciones la imagen se haga concepto y el concepto imagen, pero como veremos a continuación, dichos casos no pueden representar en medida alguna las “cumbres del arte”:

“Por lo menos debe concederse que la poesía filosófica por grande que sea su grado de integración sólo es una clase de poesía, y que su puesto en la literatura no es forzosamente central, a menos que nos aferremos a una teoría de la poesía como revelación esencialmente mística. La poesía no es sucedánea de la filosofía; tiene su justificación y su fin propios, la poesía de ideas es como otra poesía y no debe juzgarse por el valor del material, sino por su grado de integración y de intensidad artística”[11].


Si se reconoce que tanto la filosofía como la poesía han llegado a un momento de su historia en que pueden concebirse como actividades independientes con justificación y fines propios, que quizá, sí, puedan tocarse en momentos específicos, pero que tal acontecimiento podría no significar más que el nacimiento de un género poético entre muchos, como bien podría serlo la poesía filosófica, entonces nuestro trabajo estaría por terminar. Sin embargo faltaría hacer algunas consideraciones sobre la autoridad y cualidades que, para autores como Hans-George Gadamer y Martín Heidegger, tiene el lenguaje poético y que pueden ponerlo a la altura e incluso por encima de un lenguaje filosófico sin más. Para Gadamer, “la palabra poética es tan capaz de erguirse (stehen) y declararse a sí misma como una autoridad propia en el desprendimiento del texto en el que se articula”[12]. Tal posibilidad de la palabra poética, siguiendo con Gadamer se realiza al considerar que las palabras en un poema no están ahí por sí mismas sino, más bien, en el contexto de la vida que las hace cumplirse plenamente. En un sentido originario, tanto la palabra poética como el esfuerzo dialéctico, tienen como particularidad compartida el nombrar, entendido este como el “llamado de algo a la presencia”.[13] Para hablar de la existencia plena de una relación evidente entre poesía y filosofía, Gadamer recurre a lo ya dicho por Hegel en cuanto a que: “la forma de la proposición no es adecuada para expresar verdades especulativas. Lo que Hegel describe con esta declaración no queda en absoluto restringido a la particularidad de su propio método dialéctico [...] la presuposición común a todo filosofar es ésta: la filosofía como tal no tiene ningún lenguaje que sea el adecuado a su misión” y más adelante: “Parece que tanto para el filósofo, desde Platón hasta Heidegger, reina la misma dialéctica del descubrimiento y sustraimiento en el misterio del lenguaje”[14]

Es precisamente con Martín Heidegger, que la palabra poética como nunca antes adquiere un valor sin precedentes pues para él, la poesía tiene un puesto extraordinario en la totalidad de las artes en la medida de su ser lenguaje, ya que por sí sola, esta característica tiene la peculiaridad de hacer brotar lo ente de las cosas en la medida en que se ejerce la palabra como iluminando la realidad entera. La poesía es una forma activa de pensamiento y ha estado presente como forma de configurar el mundo desde que los filósofos presocráticos se daban a la tarea de buscar el principio constitutivo de la Physis. La poesía a la que Heidegger hace alusión, no estaría muy lejos del concepto de “logos” griego que, ejercido por pensadores como Anaximandro, Heráclito y Parménides comenzaba a entablar un diálogo directo con el Ser, fundando al Ser mismo y su problemática. “La poesía es la instauración del ser con la palabra”[15] y ocupa un puesto extraordinario con respecto a las demás artes, casi por derecho de primogenitura, pues se encuentra a la base, incluso del pensamiento filosófico formal, de cariz dialéctico que sólo hasta la llegada de Platón, si hemos de seguir con María Zambrano, se ocupará de la ardua tarea de la búsqueda del concepto. Para Heidegger:

“...Lo permanente lo instauran los poetas. La poesía es instauración por la palabra y en la palabra (de lo permanente) [¿Cómo?] Precisamente lo que permanece deber ser detenido contra la corriente, lo sencillo debe arrancarse de lo complicado, la medida debe anteponerse a lo desmedido. Debe ser hecho patente lo que soporta y rige al ente en totalidad. El ser debe ponerse al descubierto para que aparezca el ente.”[16]

Con respecto a la consideración hecha por Heidegger con respecto a la revelación poética, Johannes Pfeiffer, un estudioso del fenómeno particular de lo poético, sigue a Heidegger en cuanto a la capacidad poética de iluminación del ser y la revelación del secreto de la existencia. En el juego poético, el “Ser ahí está expresado no fría ni desnudamente, ni en una exposición conceptual sino a través del ritmo y los símbolos, a través del gesto y la metáfora, y en cuanto temple anímico del hombre sabio”[17]. Más allá de una simple figuración de conceptos intelectuales, como nos dice el mismo Pfeifer.

“La poesía ilumina no poco aquella profundidad esencial de nuestra existencia (de ahí su verdad), y la ilumina directamente por plasmación (de ahí su belleza) quien capte la verdad poética de manera racional viendo en ella una atractiva figuración de conceptos intelectuales, convertirá a la poesía en algo sustituible. Quien considere la belleza poética desde el punto de vista exterior como una lograda solución a ciertos problemas de artesanía, hará de la poesía algo superfluo. La verdadera poesía no es veraz en el sentido intelectual, ni es bella en el sentido de la artesanía, sino por el hecho de “plasmar bellamente” es también una manera de apoderarnos de la verdad”.[18]

Pero ¿qué es aquello que la poesía ha de plasmar bellamente para que se convierta en una experiencia verdadera? Tal y como Heidegger comentaba en sus escritos sobre lo verdadero en el arte, será sólo en la medida en que el lector, según Pfeiffer, “vibra con esa esencia humana iluminada y poetizada, [...] en la medida en que vibramos con ella, única y exclusivamente a través de la sentida percepción de la forma verbal, vivimos en la concordancia de verdad y belleza”[19]. La poesía ha de revelar la esencia humana y el acaecer del “Ser ahí” no como mera comunicación de vivencias particulares que en determinado caso serían las del poeta individual, una personalidad biográficamente captable, sino que “sólo transmite la idea de un hombre que se dirige hacia nosotros, y cuya situación única, al ser plasmada se ha puesto al alcance de todos”,[20] cumpliendo así con la divisa Heideggeriana del arte verdadero que revela lo más humano.

Como veíamos anteriormente, el uso de la metáfora en la descripción lo poético y sus posibilidades, se convierte en una herramienta insustituible en la medida en, como la poesía misma, es capaz de expandir los sentidos y la explicación del tema que nos atañe. Un elemento constante en la elaboración de metáforas con respecto a la actividad poética tiene que ver con la capacidad iluminadora de ésta. Siguiendo a Roman Ingarden, Gloria Vergara nos da cuenta, de manera específica de la posibilidad del lenguaje poético para revelar esencias en el mundo a partir del concepto de “Opalescencia”, palabra proveniente de ópalo, piedra semipreciosa que produce reflejos cambiantes e irisados. La posibilidad cambiante de los reflejos del ópalo, estaría relacionada según Vergara, con el carácter ambiguo de la obra como “una realidad heterónoma, esquematizada e intencional”[21]:

“La opalescencia puede verse como el resultado de la concretización que hacemos de este mundo ambiguo que nos apunta el lenguaje poético. Tiene que ver con la experiencia, con el momento estético. Pero tiene que ver también con el polo artístico. Es un puente que enlaza a los dos pues la opalescencia brota en el punto exacto en que la obra como obra literaria tiene su realización. Tal parece que es el llamado para que se revele la esencia de la obra artística. Por ese correlato opalescente, la belleza de la obra aflora, pasa de un momento creador, artístico (por la disposición ambigua que el autor da al lenguaje) al polo estético.”[22]


En coincidencia con Heidegger, Vergara afirma que al tener la palabra poética, a través de su factor direccional, una facultad de referencialidad, es posible que se genere una empatía con el mundo de manera que “los objetos representados en la obra son proyectados por las unidades de sentido como si fueran reales”[23]. Los poetas como creadores del “mundo humano” hablan de la verdad en relación con la obra creada y con el mundo:

“La poesía no es nada más el canto sino el descubrimiento de la verdad ; es decir, la verdad está ahí, y las cosas están ahí y el hombre, el poeta va y las descubre la poesía (como la actividad filosófica) parte del asombro ante una realidad cotidiana que de pronto se revela como algo nunca visto [...] es un medio para ver las posibilidades de la vida, para descubrir sus potencialidades.”[24]

Lo que vale en este sentido de “verdad” nos dice Vergara es el hacer creer, no el hacer saber, es por ello que la presencia y recreación del poema, su lectura, es indispensable para tal revelación y citando a Aristóteles nos comenta: “Es preferible imposibilidad verosímil a posibilidad increíble”.

Si hasta este momento consideramos que la poesía tendría una capacidad reveladora de la verdad, ¿podríamos considerarla también una forma de conocimiento? Para Ramón Xirau, esto es posible en la medida en que la palabra “conocimiento” se entienda como forma del saber, especialmente:

“Como forma de este saber que algunos, con Dilthey, llaman “Cosmovisión” o visión del mundo y prefiero llamar con un término viejo y rico: metafísica. Si el conocimiento remite a cuestiones vitales que el hombre se plantea –nuestro origen, nuestro destino, el tiempo, la vida misma, la posible inmortalidad y la posible divinidad- metafísica y poesía se aunan”[25].

Ciertamente para Xirau existe una unión entre filosofía y poesía en cuanto fuentes de conocimiento, sin embargo, ambas difieren principalmente en que por su parte, el filósofo hace explícito el método de su pensamiento mientras que el poeta, al menos en su obra escrita no lo describe. Ello no impide, desde luego, caer en la cuenta de que aunque el pensamiento del filósofo es conceptual, no puede dejar de proceder mediante imágenes. Lo mismo sucede con el poeta imaginativo que no deja de emplear el concepto. Otra diferencia fundamental radica en que el concepto lógico a diferencia del concepto metafísico o póetico, es la capacidad del primero para denotar, mientras que el segundo, nos dice Xirau, “al borde siempre de lo indecible” suele connotar. Imagen y concepto no tendrían a pesar de esto que estar separadas sino que serían, ambas y qué mejor que al mismo tiempo, “aproximaciones a una realidad superior, a-histórica, trans-histórica o eterna”.[26]Nos dice el mismo Xirau:

“Mediante la palabra el poeta como la obra de arte, nos sitúa en el lenguaje que enuncia de manera indicativa. Mediante palabras, ritmos, cantos, ritos, sentimientos, imágenes, conceptos, el poeta dice justamente aquello que necesita de nuestra atención mayor: vida, muerte, amor, inmortalidad, divinidad [...] La poesía es, así, conocimiento que nos ata a los otros y nos permite –cada poema por ser leído matizadamente, de manera distinta por distintos lectores atentos- entrar en contacto por medio de semejanzas –sin ellas el poema sería ininteligible -y diferencias- sin ellas el poema carecería de vida y vitalidad.[27]

Ciertamente y aunque no hemos podido hacer un recuento pleno de las consideraciones que, tanto los pensadores del bando de la poesía como los de la filosofía tienen con respecto a la posible relación existente entre ambas actividades, sí podemos entrever al menos que durante el siglo XX varios pensadores se dieron a la tarea de dar cuenta de las semejanzas, las más, como hemos visto, y, de aquellas diferencias que a nuestro parecer son suficientes para continuar la disputa entre ambas actividades en los años por venir. La disputa se nos presenta más que con respuestas, con un sinnúmero de preguntas particularmente con referencia a lo que Gadamer definió como el “misterio del lenguaje” del cual tanto filosofía como poesía participan, así como la pregunta por el tipo específico de poesía o géneros poéticos literarios que pudieran tener primacía, si es que tal cosa es posible. En la búsqueda de la función de revelación poética iridiscente, dichas preguntas serán por lo pronto, materia de otra investigación.


















BIBLIOGRAFÍA

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HEIDEGGER, Martin
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PFEIFFER, Johannes
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VERGARA, Gloria
Tiempo y Verdad en Literatura, Universidad Iberoamericana, México, 2001, 111 pp.


WELLEK, René & Austin Warren
Teoría Literaria, 4ª ed, trad. José Ma. Gimeno, prol. Dámaso Alonso, Gredos, Madrid, 1974.


XIRAU, Ramón
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ZAMBRANO MARÍA,
Filosofía y Poesía, 2ª ed. FCE, México, 1987, 121 pp.


Dictados y Sentencias, Barcelona, Edhasa, 1999, 142 pp.
[1] María Zambrano, Filosofía y Poesía, p. 18
[2] Ibid., p. 22
[3] Ibid, p. 23
[4] Es con respecto a la obra de Platón y su relación con la poesía, problema que reconocemos complejo y que no pretendemos abordar en esta ocasión, que María Zambrano se pronuncia ambiguamente ya que, si bien no duda en reconocer que con la obra del ateniense se genera una ruptura entre la actividad poética y filosófica, reconoce que en los diálogos: “cuando aparece agotado (en los pasajes más decisivos) el camino de la dialéctica y como un más allá de razones, irrumpe el mito poético” Cfr. María Zambrano, filosofía y poesía, p. 18.
[5] María Zambrano, Op. cit., p. 22
[6] Wellek y Austin, Teoría Literaria..., p. 133
[7] Ibid., p. 137
[8] Ibid., p 138
[9] Ibid., p. 146
[10] Ibid., p 148
[11] Ibidem., subrayado nuestro.
[12] Hans-George Gadamer, Estética y Hermenéutica..., p. 174
[13] Ibid. p. 179
[14] Ibidem.
[15] Martín Heidegger, Arte y poesía... p. 137
[16] Ibidem.
[17] Johannes Pfeiffer, La poesía… p. 101.
[18] Ibidem.
[19] Ibid. p 105
[20] Ibidem
[21] Gloria Vergara, Tiempo y Verdad en Literatura..., p. 88
[22] Ibid. p. 90
[23] Ibid. p 96
[24] Ibidem.
[25] Ramón Xirau, poesía y conocimiento, p 52
[26] ibid. p. 65.
[27] Ibid. p.66.

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