miércoles, 15 de junio de 2011

De Apocalipsis y cosas peores.




Por David Esquivel.

Patmos Grecia es una pequeña isla entre otras tantas del Mediterráneo. Ahora, como otros tantos trozos de tierra que la rodean, es un sitio turístico fabuloso con arena blanca y mar azul intenso, casitas blancas y monasterios antiguos. Pero no siempre fue así. A finales del primer siglo de lo que luego se llamaría Era Cristiana, a Patmos llegó un tal Juan. No se sabe muy bien si llegó de vacaciones, si se bajó a estirar las piernas o si sus enemigos lo abandonaron a su suerte, cobrándole alguna factura y condenándolo al destierro. El origen y quehaceres de Juan siguen siendo un misterio. Durante mucho tiempo se creyó que este Juan era el mismo que había caminado los polvorientos caminos de Palestina con Jesús de Nazaret, el mismo al que María había adoptado como su hijo y que luego se fue por el mundo conocido a predicar el mensaje de su maestro. Otros piensan que este Juan es quien escribió el evangelio más tardío de la tradición cristiana, El evangelio de Juan, por supuesto, un texto de carácter gnóstico y un estilo muy distinto al de Mateo, Marcos y Lucas, los otros tres evangelistas. Pero ahí no termina la confusión, pues aún hoy en día se ignora si Juan, el que llegó a Patmos, es el mismo que 1) caminó con Jesús, 2) escribió el evangelio, 3) viajó por el mundo o ninguno de ellos. Lo cierto es que, en cuanto pudo, nuestro Juan se encerró en una cueva, habló con Dios y escribió el Apocalipsis.

Dejemos en duda el misterio de los Juanes y concentrémonos por un momento en el tema de este ensayo que es justamente el Apocalipsis. Agnósticos, ateos o practicantes de alguna religión, todos hemos escuchado alguna vez del Apocalipsis. Algunos, empujados por la malsana curiosidad, hemos hojeado la Biblia de la abuela hasta toparnos, en las páginas finales, con un texto complejo y misterioso, lleno de símbolos e imágenes. Lo que encontramos en aquellas líneas es el relato de una revelación hecha por Dios a un hombre para que éste, a su vez, difunda el mensaje a toda la humanidad. Dios habla y Juan ve. Las imágenes que se suceden son la advertencia atroz de que el fin del mundo y de la vida humana se acerca. Los actores de este drama cósmico son ángeles con trompetas, viejos barbados, corderos degollados, animales con atronadoras voces humanas, cuatro jinetes que esparcen la desolación, el hambre, la guerra y la muerte a su paso, la gran bestia, el Anticristo… material suficiente para alimentar las pesadillas de millones de seres humanos desde entonces.

Es cierto que los cristianos no fueron los primeros en tener un relato sobre el horroroso final de los tiempos. Si consideramos lo que los griegos o los mayas pudieron decir al respecto el Apocalipsis es texto bastante tardío en la tradición predictiva de cataclismos. Lo que hace relevante al texto de Juan es el hecho de formar parte del libro fundacional de la cultura occidental en la que estamos irremediablemente embarcados, nos referimos por supuesto a la Biblia. Cuando hablamos de Historia Bíblica, cuando en ella tratamos de buscar razones para explicar nuestro presente, los eventos nos son dados y no podemos asumir otro papel que el de espectadores.

Si seguimos curioseando la Biblia acabaremos por tener una versión de la historia que en resumidas cuentas podría ser algo así: Nada existe sino Dios. Dios dice y por acción de su palabra el mundo es creado. Por voluntad de Dios viene al mundo la vida y los seres humanos también. Adán y Eva se comen la fruta y desobedecen a Dios (que es omnisciente y sabía que lo iban a desobedecer, pero sin conflicto no se desarrolla la historia y seguiríamos atorados en el Paraíso). Se inventa el trabajo y el homicidio. Nos esparcimos por el mundo. Sodoma y Gomorra levantan la mano por la humanidad. Dios (que sigue sabiendo todo) inunda la tierra con la convicción de que la creación le ha salido mal. Tiene lugar el primer conato de fin del mundo. Noe y los animales (se salva el ornitorrinco pero el dragón y el unicornio no corren con la misma suerte). Dios firma un contrato en el cielo, con el arcoíris promete a los hombres que no habrá más intentos de acabar con ellos (por el momento). Profecías y eventos varios. El Faraón de Egipto no quiere dejar a medio hacer las pirámides y se rehúsa a liberar a los judíos. Por obra de Dios, los egipcios ven acercarse el fin de SU mundo con varias plagas. Los judíos buscan la tierra prometida vagando cuarenta años en el desierto. En una historia paralela, los romanos se hacen dueños del mundo. Los judíos, perseguidos durante milenios se ven ahora amenazados y se esparce entre ellos la sensación de estar sometidos a un poder diabólico que sólo la intervención de Dios o la aparición de un Mesías podría disolver. Nace Jesús. Romanos y judíos matan a Jesús. Resucita Jesús y sube al cielo. Nace el cristianismo. Juan llega a Patmos, Dios le dice que ha llegado el momento de acabar con el mundo, Juan escribe el Apocalipsis…



Las dimensiones del mundo conocido.

En los tiempos en los que Juan escribió el Apocalipsis las dimensiones del mundo se repartían entre los dominios del Imperio Romano y los misteriosos y bárbaros territorios más allá de las fronteras. En cuestiones de política no había mucho para elegir, en todo caso, las opciones se veían reducidas entre aceptar el dominio romano o estar contra él. Roma era para algunos el ombligo del mundo, la fuente de donde manaba la luz de la civilización, para otros, representaba un poder oscuro y depravado que sometía a los pueblos indiscriminadamente.

Es cierto que muchas comunidades asimilaron voluntariamente el modo de vida romano, otros pueblos como los judíos, fueron sometidos por la fuerza. Eventos como la supresión de una revuelta en Palestina y la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C. incrementaron la tensión entre Roma y los judíos. El cristianismo nació justo en ese momento no como la religión mundial que es ahora, sino como una secta derivada del judaísmo. Pablo de Tarso fue el responsable de fundar el cristianismo como algo distinto del judaísmo, (él había sido criado como romano) con lo que dio forma y difundió el mensaje.

Más allá de la manifestación individual de la fe, las religiones han servido para dar cohesión e identidad a los pueblos desde el principio de los tiempos. Todos en el pueblo X se reconocen y procuran la satisfacción de sus intereses de forma efectiva si tienen una creencia compartida. Creer que Dios parece más una vaca dorada que un venerable anciano o que el cordero es riquísimo y el cerdo no tanto, son ejemplos de la forma en las religiones crean marcos de comportamiento que se resumen en una frase lapidaria: En mi casa lo hacemos así. El cristianismo, que en un principio había pasado desapercibido, comenzó a diseminarse en Roma, primero escondido en catacumbas y luego a plena luz del día. Los romanos abandonaban paulatinamente el modo de vida que por tantos años había significado el éxito del Imperio, se volvían cristianos, en casa dejaban de hacerlo así. Esta situación no agradó en medida alguna a los emperadores romanos. Efectivamente Roma se había desarrollado por vía de una interminable serie de batallas en aras de contener a los rijosos y mantenerlos a raya: cuando no fueron los teutones fueron los egipcios, cuando no fueron los griegos aparecieron los vikingos y cuando no fueron los cartagineses, eran Asterix y Obelix. Con los cristianos fue todo diferente ya que esta vez el enemigo estaba en casa.

De acuerdo con historiadores romanos y cristianos fueron Nerón y Domiciano quienes, con más fuerza, orquestaron varias campañas de persecución de los cristianos. El juicio sobre la intención de estos proyectos dependerá del bando con el que comulgue el lector. De ser romano, pensará en una acción de estado necesaria para preservar la unidad del Imperio. De ser cristiano, es probable que piense en los sádicos emperadores enviando por un cargamento de leones al África, metiendo a un grupo de asustados cristianos al circo, arrojando sus cuerpos en peroles de aceite hirviendo, crucificándolos de cabeza y gozando enormidades con el sádico espectáculo de su martirio. Juicios aparte, es cierto que muchos de los primeros cristianos fueron perseguidos, en muchos casos asesinados o como Juan de Patmos exiliados en islas casi desiertas. Es a esa condición de sujetos perseguidos que se debe un texto como el Apocalipsis, cuya promesa central es la administración de la justicia superior que viene de Dios y que se expresa con varias metáforas: separar la paja del trigo, la balanza en manos del jinete, la promesa hecha por dios a la tribus de salvar a sus 144,000 seguidores, etc. Y con la justicia de Dios vendrá el más justo de los castigos, pues no existe en el universo instancia superior. Quienes ahora persiguen serán perseguidos. Del juicio de la historia Domiciano se salva; el loco de Nerón, incendiando la ciudad y acusando de su crimen a los cristianos, no.

Personificando al mal.

Los cristianos heredaron del judaísmo la creencia en las profecías. Desde Elías, Amós, o Jeremías en el judaísmo pasando por Juan el Bautista o Juan de Patmos para el cristianismo, Dios ha encontrado la manera de comunicarse con los humanos por medio de la voz de estos personajes. Los profetas son individuos que han tenido una experiencia religiosa de íntima comunión con Dios, por lo regular llevan una vida modélica y, como elegidos, se encargan de divulgar el mensaje que han recibido. La imagen más poética del profeta es la del bibliófago, el que come libros, pergaminos entregados por Dios que Ezequiel y Juan ingieren, de forma que el mensaje de Dios se integra por completo a su cuerpo. Como líderes morales y religiosos en sus comunidades los profetas reciben de Dios la información de los acontecimientos por venir. Antes de que los eventos ocurran efectivamente, los profetas construyen la historia con anticipación y demandan de sus escuchas actuar en consecuencia de lo que “Dios ha dicho”.

Mucho antes del Apocalipsis de Juan, Dios ya se había comunicado con sus profetas varias veces, la mayoría de éstas era para dar aviso de un evento funesto. Con todo su mal carácter, el Dios del antiguo testamento comunicaba lluvias de fuego, la estrepitosa caída de murallas o el inicio de alguna nueva y sangrienta guerra. En el Apocalipsis es posible encontrar una referencia a las guerras que vaticinaron los viejos profetas cuando Juan habla de Armagedón: la sangrienta batalla definitiva que se dará entre las fuerzas del bien y del mal y en la que Jesucristo y los ángeles arrojarán al falso profeta y al anticristo a un lago de fuego. La palabra Armagedón es una construcción de Juan hecha a partir de las palabras: Har-Maggedo, que se traduce como la montaña de Megido. Este lugar que existe realmente en actual territorio de Israel, fue el escenario de varias batallas entre los hebreos y sus enemigos, una de ellas ocurrida al menos quince siglos antes del nacimiento de Cristo. Las batallas que Juan estaba librando para el momento en que escribió el Apocalipsis eran distintas a las del viejo Armagedón, pero invocar su recuerdo en una comunidad que conocía las antiguas profecías daba mayor énfasis y credibilidad a su mensaje.

Una buena parte de los intérpretes contemporáneos del Apocalipsis han intentado clarificar el oscuro significado del texto a partir del estudio del contexto en que fue escrito. Juan es un profeta de mensaje de Cristo y del modelo de vida cristiano y es bajo esa investidura que se comunica con los posibles lectores de su tiempo, siete iglesias esparcidas por el territorio de Mediterráneo: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Todas estas comunidades están bajo el dominio del Imperio Romano en tiempos difíciles para los cristianos. Es a ellos, pero también a sus perseguidores a quienes Juan se dirige.

En su comentario a la traducción del texto de Juan, hecha por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, Cristóbal Serra nos dice: Todo lo que se escribe en el Apocalipsis, no sé si es nefasto, pero sí terrible. Una gran parte de los capítulos son amenazas, persecuciones, humillaciones, catástrofes y convulsiones de la naturaleza y de la sobrenaturaleza. En realidad, es muy difícil encontrar una profecía revelada por Dios a sus emisarios, que no consista en un colorido abanico de catástrofe. Ante esta situación el poeta Paul Claudel se preguntaba: ¿Por qué no habrá un Apocalipsis del bien como lo hay del mal? Y nosotros con Claudel nos preguntamos ¿Cómo sería ese libro? ¿Qué gozos prometería? Y en caso de existir ¿cómo hacer de él la llave que resuelva beatíficamente los problemas de cada tiempo? Como hasta el momento no sabemos de la existencia de un Apocalipsis del Bien, sólo podemos decir que el Apocalipsis de Juan es el catálogo de administración de mal con el cual Dios, soberano el universo, actúa en un orden moral que expresa y encarna la justicia de quienes lo representan.

El carácter fuertemente simbólico del Apocalipsis ha hecho de él un texto muy flexible. De esta forma, cada época que se ha acercado a él ha tenido la posibilidad de moldear los acontecimientos narrados a un contexto particular. Digamos que a cada momento la humanidad elige sus bestias. Para Juan, la bestia simbólica es la materialización del poder romano, sus siete cabezas son la representación de las siete colinas sobre las que se fundó el Imperio. El número de la bestia 666, no es sino una abreviatura numérica del nombre del emperador Nerón. Para intérpretes y épocas posteriores a Juan, la cosa fue distinta. Desde entonces, cada hambruna y cada guerra en el mundo han sido lideradas por algún misterioso jinete. Quince siglos después, para la encarnación del Anticristo ya no era el emperador romano, sino un monje llamado Martín Lutero, y para él, e el Anticristo no era otro sino el Papa católico. Para tiempos más cercanos a nosotros las fuerzas del mal eran el comunismo, el fascismo, el Fondo Monetario Internacional o el Imperialismo Yankee.

La primera advertencia que uno encuentra cuando accede a los textos bíblicos por vía de sus intérpretes más serios es la de evitar encontrar en los profetas un fundamento para la manifestación de las propias ideas. El gran problema surge cuando somos testigos de todos aquellos episodios que han marcado negativamente la historia de la humanidad incurren en el mismo error. Obsesionados con las palabras, por su condición de saber revelado, sagrado, proveniente del mismo Dios, algunos han encontrado infinidad de códigos secretos y ocultos entre las líneas del texto, la llegada de Hitler al poder en Alemania, la nacionalidad del próximo Papa, la caída de las torres gemelas etc. Para esta línea popular de la investigación, las circunstancias y el significado de las palabras en el marco intelectual del tiempo en que fueron escritas es un asunto totalmente accesorio. Lo que importa en todo caso es seguir una dinámica de imposición del poder por vía de la interpretación de las palabras que vaya más o menos así: X escucha una voz que le dice que suba a la montaña, o que visite el bosque, que espere una señal en la fría celda de un monasterio medieval, o en la oficina de un funcionario público; A solas, sin testigos, Dios se comunica con él y le informa sobre el curso de los acontecimientos por venir. Investido de un aura de santidad, el mensajero indica, predice, determina, levanta su mano contra aquellos que se atreven a dudar: a través de su palabra el destino del mundo ha sido revelado.

Los fenómenos apocalípticos en cada época implican la posibilidad de determinar para otros, para los no creyentes o para los enemigos, la forma de su fin. En la parte final del Apocalipsis de Juan se niega la posibilidad de que en el futuro tenga lugar otra revelación del fin de los tiempos. Es por ello que desde entonces no se ha hecho ni se hará ningún agregado a la biblia, pues la tradición está fijada. Pero este pasaje tampoco se ha interpretado cabalmente y razones sobran para ello. Como nos dice Cristóbal Serra, el Apocalipsis, con su orgía de terrores ha sido en realidad una de los mayores agentes con los que la Iglesia ha mantenido su hegemonía sobre la idea de salvación humana.

En 1998 fue estrenada una película mexicana dirigida por Arturo Ripstein, El evangelio de las maravillas. Basada en un hecho real, la película da cuenta de un episodio apocalíptico contemporáneo ocurrido en el municipio de Turicato en Michoacán. El 13 de junio de 1973, Gabina Sánchez recibió un mensaje de Dios. El fin del mundo estaba cerca y Gabina junto al sacerdote católico Nabor Cárdenas, después conocidos como mamá Salomé y Papá Nabor, serían los responsables de fundar una comunidad de fieles a salvo de los vicios del mundo exterior. Se colgó una campana en la plaza del pueblo que debía ser tocada antes, solamente en el momento previo al fin, que fue anunciado primero para 1980, luego para 1988 y para 1999. Lo que comenzó como una comunidad puritana acabó por convertirse en un coto fuera de la ley. Investigaciones posteriores al previsto fin del mundo arrojaron que en Nueva Jerusalén Michoacán, papá Nabor y mamá Salomé, que encontraban la bestia apocalíptica en la degeneración del mundo exterior, acabaron por solapar una red de prácticas de perversión y prostitución de menores de edad a su servicio. El conflicto en Turicato, ahora relacionado con tráfico de drogas, aún está vigente.


La secta protestante de los Davidianos tiene su origen en una serie de acontecimientos proféticos que se remontan hasta el siglo XIX. Desde entonces la secta ha tenido varios líderes carismáticos que aseguran poseer el mismo don profético de Ellen G. White, la primera persona que recibió un mensaje de Dios y que se considera fundadora. Después de varios cismas y disputas internas, y ya en 1978, Vernon Howell se convierte en el nuevo líder de la secta. Creyéndose sucesor del Rey David, cambia su nombre a David Koresh y crea un centro llamado Monte Carmelo en la población sureña de Waco Texas. El FBI comienza a investigar a la secta davidiana después de recibir informes sobre acumulación de armas en el predio de los seguidores de esta secta Davidianos. En un primer enfrentamiento mueren policías y algunos miembros davidianos” de la secta, lo que desata una reacción todavía más intensa por parte de las autoridades. Monte Carmelo es sitiado por la policía durante 51 días hasta que se desata un incendio que termina con la vida de más de 70 personas entre las que se encontraba el líder de la secta David Koresh. Una vez terminado el incendio se encuentran pruebas de feminicidos y abusos infantiles cometidos dentro del centro de los Davidianos. En 1995, un ex soldado llamado Timothy McVeigh, que comulgaba con algunas ideas de los davidianos, hizo estallar una camioneta afuera de un edificio de gobierno, lo que mató a 168 personas entre ellas 19 niños. Aseguraba que los trabajadores del edificio estaban a favor del “Imperio del mal”.

Una semana antes de comenzar a escribir este artículo, en la ciudad de Nueva York, Robert Fitzpatrick, un pensionado del sistema de transporte, gastaba los ahorros de toda una vida de trabajo en publicidad para el fin del mundo. Para el evento, que ocurriría el 21 de mayo de 2011, Fitzpatrick invirtió 140,000 dólares que se convirtieron en anuncios repartidos por las calles, el metro y anuncios espectaculares. Cuando la prensa indagó sobre los anuncios y entrevistó a Fitzpatrick, él aseguró que era seguidor de un programa radiofónico donde el pastor evangélico Harold Camping reveló la fecha del fin del mundo y el cataclismo que terminaría con la humanidad, un terremoto que abarcaría toda la tierra. Era sábado, el trabajo, el amor, la fe y el odio encarnizado y estéril se sucedieron a lo largo de aquellas veinticuatro horas, como sucede a diario a lo largo y ancho de la tierra. Llegó el domingo y supongo que para Robert Fitzpatrik, el día siguiente al fin del mundo fue el más triste de sus días de jubilado. Harold Camping asegura que el fin del mundo todavía está cerca, lo ha predicho nuevamente para el próximo octubre.

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