lunes, 14 de enero de 2013

Para mi abuelo Jesús de su nieto David

México, D.F. 14 de enero de 2013 Para decir algo sobre lo que me dejó mi abuelo Jesús me basta con mirar alrededor. Me gustan los libros y de alguna manera vivo de eso. Cuando niño mi abuelo fue quizás la primera persona a la que vi tomar un libro por gusto. Entonces me preguntaba ¿qué podía encontrar ese señor entre tanta letra sin dibujitos? Con el tiempo creo haber entendido algo. Mi madre me contó que su padre no había estudiado más que el tercer año de primaria, sin embargo era un hombre de una gran cultura, conozco dos o tres licenciados que envidiarían ese bagaje. Recuerdo vagamente al abuelo y a los primos en el patio de atrás, un libro pasaba de mano en mano, el reto era leer con claridad respetando las pausas de la puntuación. Recuerdo su gusto por el Quijote y me pregunto ¿qué porcentaje de la población lo habrá leído? Don Jesús era uno de ellos, desde luego. Muy joven intenté emprender ese viaje por mi cuenta, no pude, me faltaba paciencia y me sobraba pubertad. Luego ya mayor, viviendo en Guanajuato pude hacerlo, y entonces supe que una obra maestra es aquella que habla a los hombres de todos los tiempos. En donde otros vieron locura, y qué locura es leer libros en estos tiempos, yo pude ver un canto a la libertad, al amor, a la justicia. Comprender eso me ayudó a ver en mi abuelo a un amigo con quien compartir libros. Hablábamos largos ratos sobre historias y cosas que descubríamos en ese mundo de papel, muchos libros fueron y vinieron, guardo algunos en mi librero, otros ya los llevo conmigo, como la maldición de la calvicie, el gusto por las historias y la tinta impresa…y la forma de la nariz. Nací en Irapuato y siempre me han preguntando por qué le voy al León. Como las mañas y los gestos un equipo de futbol es algo que se hereda. Recuerdo un día de 1991 en que mi abuelo me llevó por primera vez al futbol. Recuerdo el color del pasto y mi asombro, el estadio a reventar, el olor a cerveza y a orines, la tonada de un silbido. Recuerdo que era un juego contra las Chivas, aquel tsuru rojo en el que nos llevaba al estadio y la voz del locutor de La Poderosa. Aquella noche el León le ganó al Guadalajara 3 a 2. A mi edad sé que el fútbol ya no es lo que era, como están los tiempos es inevitable pensar en que es un gran negocio y que no vale la pena frustrarse por algo que se repetirá en menos de seis meses. Jamás podré volver a ver un partido con la inocencia de los siete años, con todo eso, veintitantos años después, me sorprendo a mí mismo sufriendo y gozando por esos colores y hasta sonrío… tan cierto como que las mañas y los gestos se heredan. Jesús Esquivel era un hombre de trabajo, como a casi todos sus nietos, y aunque yo era el fuereño, también me tocó pasar por su imprenta. Hoja blanca, hoja azul, hoja amarilla, ir por las tortas, ayudarle a Hugo a limpiar los rodillos de las máquinas. Al final de la semana tenía las anginas como ciruelas pero también un sobre con mi primer salario. En una semana aprendí lo que era un tipo y un cuadratín, una rama y a leer y escribir al revés. Supe del valor de un oficio y ahora entiendo que es algo muy distinto a una carrera o licenciatura, entiendo que es un asunto de tradición y amor e implica una forma de enseñar y de aprender que no se puede tener ni en la más cara de las escuelas. Después de aquella semana de verano regresé a la primaria para contar lo que había hecho: era grande, trabajaba como mi abuelo. Para entonces ya casi no se notaba pero todavía me quedaban unas manchas de tinta en los dedos, entre la piel y la uña, que no se quitaban con casi nada, ya tenía yo dedos de impresor. Hoy en día, a menos que seas norteño, es muy difícil encontrar gente a la que le guste el béisbol. Aunque por estos lares mi afición me hace un bicho raro, siempre digo que el gusto se lo debo al abuelo. A mí ya no me tocó verlo jugar, pero sí supe de ese aire de leyenda que se respiraba en la casa; entre trofeos, fotos, gorras, pelotas y la camisola verde de un equipo llamado “Los Limones”. Por imitación de Don Jesús, como muchas cosas en mi vida, me dio por practicar el beis. Si bien empecé chico y le echaba ganas, nunca fui buen jugador. Entonces supe que el talento no siempre se hereda. Alguna vez mi abuelo fue a verme jugar y a mí más bien me dio pena dar pena. Con todo eso fue bonito que se encontrara en el campo de Irapuato con sus viejos amigos, habían pasado treinta o cuarenta años desde que esos hombres jugaron y sin embargo la amistad perduraba. Cuando llegué a la universidad en Guanajuato quise seguir jugando. Al presentarme en el campo le di mi nombre al entrenador y él me preguntó: -¿Tú qué eres de Jesús Esquivel?-, -Es mi abuelo-, le dije. Recuerdo que su cara se iluminó y supe entonces que jugaron juntos allá por los sesentas. El "Charro" Raya, que así se llamaba, me contó muchísimas historias del gran Esquivel. Cuando iba a León pasaba horas preguntándole a mi abuelo por aquellos días, enviando saludos entre esos dos jugadores, héroes de un tiempo en sepia… Un día platicando en la mesa de la casa le dije a mi abuelo que estaba buscando un guante, que el mío ya estaba en las últimas, recuerdo que se levantó y me dijo ven, fui a su cuarto y me regaló su guante, su “manilla” como él decía. La manilla estaba hecha al modo de sus manos grandes. Poco tiempo después un día jugando, no sé en dónde, alguien la tomó prestada y me dijo: -este guante agarra solo-, entonces me di cuenta de que el espíritu también es aquella marca que vamos dejando sobre nuestras cosas. Ya no uso ese guante para jugar, más bien lo conservo con cariño, tal vez algún día pueda decirle a mi nieto, probablemente un norteño, ven, te regalo esta manilla, cuídala mucho, tiene el espíritu del Flecha.

miércoles, 15 de junio de 2011

De Apocalipsis y cosas peores.




Por David Esquivel.

Patmos Grecia es una pequeña isla entre otras tantas del Mediterráneo. Ahora, como otros tantos trozos de tierra que la rodean, es un sitio turístico fabuloso con arena blanca y mar azul intenso, casitas blancas y monasterios antiguos. Pero no siempre fue así. A finales del primer siglo de lo que luego se llamaría Era Cristiana, a Patmos llegó un tal Juan. No se sabe muy bien si llegó de vacaciones, si se bajó a estirar las piernas o si sus enemigos lo abandonaron a su suerte, cobrándole alguna factura y condenándolo al destierro. El origen y quehaceres de Juan siguen siendo un misterio. Durante mucho tiempo se creyó que este Juan era el mismo que había caminado los polvorientos caminos de Palestina con Jesús de Nazaret, el mismo al que María había adoptado como su hijo y que luego se fue por el mundo conocido a predicar el mensaje de su maestro. Otros piensan que este Juan es quien escribió el evangelio más tardío de la tradición cristiana, El evangelio de Juan, por supuesto, un texto de carácter gnóstico y un estilo muy distinto al de Mateo, Marcos y Lucas, los otros tres evangelistas. Pero ahí no termina la confusión, pues aún hoy en día se ignora si Juan, el que llegó a Patmos, es el mismo que 1) caminó con Jesús, 2) escribió el evangelio, 3) viajó por el mundo o ninguno de ellos. Lo cierto es que, en cuanto pudo, nuestro Juan se encerró en una cueva, habló con Dios y escribió el Apocalipsis.

Dejemos en duda el misterio de los Juanes y concentrémonos por un momento en el tema de este ensayo que es justamente el Apocalipsis. Agnósticos, ateos o practicantes de alguna religión, todos hemos escuchado alguna vez del Apocalipsis. Algunos, empujados por la malsana curiosidad, hemos hojeado la Biblia de la abuela hasta toparnos, en las páginas finales, con un texto complejo y misterioso, lleno de símbolos e imágenes. Lo que encontramos en aquellas líneas es el relato de una revelación hecha por Dios a un hombre para que éste, a su vez, difunda el mensaje a toda la humanidad. Dios habla y Juan ve. Las imágenes que se suceden son la advertencia atroz de que el fin del mundo y de la vida humana se acerca. Los actores de este drama cósmico son ángeles con trompetas, viejos barbados, corderos degollados, animales con atronadoras voces humanas, cuatro jinetes que esparcen la desolación, el hambre, la guerra y la muerte a su paso, la gran bestia, el Anticristo… material suficiente para alimentar las pesadillas de millones de seres humanos desde entonces.

Es cierto que los cristianos no fueron los primeros en tener un relato sobre el horroroso final de los tiempos. Si consideramos lo que los griegos o los mayas pudieron decir al respecto el Apocalipsis es texto bastante tardío en la tradición predictiva de cataclismos. Lo que hace relevante al texto de Juan es el hecho de formar parte del libro fundacional de la cultura occidental en la que estamos irremediablemente embarcados, nos referimos por supuesto a la Biblia. Cuando hablamos de Historia Bíblica, cuando en ella tratamos de buscar razones para explicar nuestro presente, los eventos nos son dados y no podemos asumir otro papel que el de espectadores.

Si seguimos curioseando la Biblia acabaremos por tener una versión de la historia que en resumidas cuentas podría ser algo así: Nada existe sino Dios. Dios dice y por acción de su palabra el mundo es creado. Por voluntad de Dios viene al mundo la vida y los seres humanos también. Adán y Eva se comen la fruta y desobedecen a Dios (que es omnisciente y sabía que lo iban a desobedecer, pero sin conflicto no se desarrolla la historia y seguiríamos atorados en el Paraíso). Se inventa el trabajo y el homicidio. Nos esparcimos por el mundo. Sodoma y Gomorra levantan la mano por la humanidad. Dios (que sigue sabiendo todo) inunda la tierra con la convicción de que la creación le ha salido mal. Tiene lugar el primer conato de fin del mundo. Noe y los animales (se salva el ornitorrinco pero el dragón y el unicornio no corren con la misma suerte). Dios firma un contrato en el cielo, con el arcoíris promete a los hombres que no habrá más intentos de acabar con ellos (por el momento). Profecías y eventos varios. El Faraón de Egipto no quiere dejar a medio hacer las pirámides y se rehúsa a liberar a los judíos. Por obra de Dios, los egipcios ven acercarse el fin de SU mundo con varias plagas. Los judíos buscan la tierra prometida vagando cuarenta años en el desierto. En una historia paralela, los romanos se hacen dueños del mundo. Los judíos, perseguidos durante milenios se ven ahora amenazados y se esparce entre ellos la sensación de estar sometidos a un poder diabólico que sólo la intervención de Dios o la aparición de un Mesías podría disolver. Nace Jesús. Romanos y judíos matan a Jesús. Resucita Jesús y sube al cielo. Nace el cristianismo. Juan llega a Patmos, Dios le dice que ha llegado el momento de acabar con el mundo, Juan escribe el Apocalipsis…



Las dimensiones del mundo conocido.

En los tiempos en los que Juan escribió el Apocalipsis las dimensiones del mundo se repartían entre los dominios del Imperio Romano y los misteriosos y bárbaros territorios más allá de las fronteras. En cuestiones de política no había mucho para elegir, en todo caso, las opciones se veían reducidas entre aceptar el dominio romano o estar contra él. Roma era para algunos el ombligo del mundo, la fuente de donde manaba la luz de la civilización, para otros, representaba un poder oscuro y depravado que sometía a los pueblos indiscriminadamente.

Es cierto que muchas comunidades asimilaron voluntariamente el modo de vida romano, otros pueblos como los judíos, fueron sometidos por la fuerza. Eventos como la supresión de una revuelta en Palestina y la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C. incrementaron la tensión entre Roma y los judíos. El cristianismo nació justo en ese momento no como la religión mundial que es ahora, sino como una secta derivada del judaísmo. Pablo de Tarso fue el responsable de fundar el cristianismo como algo distinto del judaísmo, (él había sido criado como romano) con lo que dio forma y difundió el mensaje.

Más allá de la manifestación individual de la fe, las religiones han servido para dar cohesión e identidad a los pueblos desde el principio de los tiempos. Todos en el pueblo X se reconocen y procuran la satisfacción de sus intereses de forma efectiva si tienen una creencia compartida. Creer que Dios parece más una vaca dorada que un venerable anciano o que el cordero es riquísimo y el cerdo no tanto, son ejemplos de la forma en las religiones crean marcos de comportamiento que se resumen en una frase lapidaria: En mi casa lo hacemos así. El cristianismo, que en un principio había pasado desapercibido, comenzó a diseminarse en Roma, primero escondido en catacumbas y luego a plena luz del día. Los romanos abandonaban paulatinamente el modo de vida que por tantos años había significado el éxito del Imperio, se volvían cristianos, en casa dejaban de hacerlo así. Esta situación no agradó en medida alguna a los emperadores romanos. Efectivamente Roma se había desarrollado por vía de una interminable serie de batallas en aras de contener a los rijosos y mantenerlos a raya: cuando no fueron los teutones fueron los egipcios, cuando no fueron los griegos aparecieron los vikingos y cuando no fueron los cartagineses, eran Asterix y Obelix. Con los cristianos fue todo diferente ya que esta vez el enemigo estaba en casa.

De acuerdo con historiadores romanos y cristianos fueron Nerón y Domiciano quienes, con más fuerza, orquestaron varias campañas de persecución de los cristianos. El juicio sobre la intención de estos proyectos dependerá del bando con el que comulgue el lector. De ser romano, pensará en una acción de estado necesaria para preservar la unidad del Imperio. De ser cristiano, es probable que piense en los sádicos emperadores enviando por un cargamento de leones al África, metiendo a un grupo de asustados cristianos al circo, arrojando sus cuerpos en peroles de aceite hirviendo, crucificándolos de cabeza y gozando enormidades con el sádico espectáculo de su martirio. Juicios aparte, es cierto que muchos de los primeros cristianos fueron perseguidos, en muchos casos asesinados o como Juan de Patmos exiliados en islas casi desiertas. Es a esa condición de sujetos perseguidos que se debe un texto como el Apocalipsis, cuya promesa central es la administración de la justicia superior que viene de Dios y que se expresa con varias metáforas: separar la paja del trigo, la balanza en manos del jinete, la promesa hecha por dios a la tribus de salvar a sus 144,000 seguidores, etc. Y con la justicia de Dios vendrá el más justo de los castigos, pues no existe en el universo instancia superior. Quienes ahora persiguen serán perseguidos. Del juicio de la historia Domiciano se salva; el loco de Nerón, incendiando la ciudad y acusando de su crimen a los cristianos, no.

Personificando al mal.

Los cristianos heredaron del judaísmo la creencia en las profecías. Desde Elías, Amós, o Jeremías en el judaísmo pasando por Juan el Bautista o Juan de Patmos para el cristianismo, Dios ha encontrado la manera de comunicarse con los humanos por medio de la voz de estos personajes. Los profetas son individuos que han tenido una experiencia religiosa de íntima comunión con Dios, por lo regular llevan una vida modélica y, como elegidos, se encargan de divulgar el mensaje que han recibido. La imagen más poética del profeta es la del bibliófago, el que come libros, pergaminos entregados por Dios que Ezequiel y Juan ingieren, de forma que el mensaje de Dios se integra por completo a su cuerpo. Como líderes morales y religiosos en sus comunidades los profetas reciben de Dios la información de los acontecimientos por venir. Antes de que los eventos ocurran efectivamente, los profetas construyen la historia con anticipación y demandan de sus escuchas actuar en consecuencia de lo que “Dios ha dicho”.

Mucho antes del Apocalipsis de Juan, Dios ya se había comunicado con sus profetas varias veces, la mayoría de éstas era para dar aviso de un evento funesto. Con todo su mal carácter, el Dios del antiguo testamento comunicaba lluvias de fuego, la estrepitosa caída de murallas o el inicio de alguna nueva y sangrienta guerra. En el Apocalipsis es posible encontrar una referencia a las guerras que vaticinaron los viejos profetas cuando Juan habla de Armagedón: la sangrienta batalla definitiva que se dará entre las fuerzas del bien y del mal y en la que Jesucristo y los ángeles arrojarán al falso profeta y al anticristo a un lago de fuego. La palabra Armagedón es una construcción de Juan hecha a partir de las palabras: Har-Maggedo, que se traduce como la montaña de Megido. Este lugar que existe realmente en actual territorio de Israel, fue el escenario de varias batallas entre los hebreos y sus enemigos, una de ellas ocurrida al menos quince siglos antes del nacimiento de Cristo. Las batallas que Juan estaba librando para el momento en que escribió el Apocalipsis eran distintas a las del viejo Armagedón, pero invocar su recuerdo en una comunidad que conocía las antiguas profecías daba mayor énfasis y credibilidad a su mensaje.

Una buena parte de los intérpretes contemporáneos del Apocalipsis han intentado clarificar el oscuro significado del texto a partir del estudio del contexto en que fue escrito. Juan es un profeta de mensaje de Cristo y del modelo de vida cristiano y es bajo esa investidura que se comunica con los posibles lectores de su tiempo, siete iglesias esparcidas por el territorio de Mediterráneo: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Todas estas comunidades están bajo el dominio del Imperio Romano en tiempos difíciles para los cristianos. Es a ellos, pero también a sus perseguidores a quienes Juan se dirige.

En su comentario a la traducción del texto de Juan, hecha por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, Cristóbal Serra nos dice: Todo lo que se escribe en el Apocalipsis, no sé si es nefasto, pero sí terrible. Una gran parte de los capítulos son amenazas, persecuciones, humillaciones, catástrofes y convulsiones de la naturaleza y de la sobrenaturaleza. En realidad, es muy difícil encontrar una profecía revelada por Dios a sus emisarios, que no consista en un colorido abanico de catástrofe. Ante esta situación el poeta Paul Claudel se preguntaba: ¿Por qué no habrá un Apocalipsis del bien como lo hay del mal? Y nosotros con Claudel nos preguntamos ¿Cómo sería ese libro? ¿Qué gozos prometería? Y en caso de existir ¿cómo hacer de él la llave que resuelva beatíficamente los problemas de cada tiempo? Como hasta el momento no sabemos de la existencia de un Apocalipsis del Bien, sólo podemos decir que el Apocalipsis de Juan es el catálogo de administración de mal con el cual Dios, soberano el universo, actúa en un orden moral que expresa y encarna la justicia de quienes lo representan.

El carácter fuertemente simbólico del Apocalipsis ha hecho de él un texto muy flexible. De esta forma, cada época que se ha acercado a él ha tenido la posibilidad de moldear los acontecimientos narrados a un contexto particular. Digamos que a cada momento la humanidad elige sus bestias. Para Juan, la bestia simbólica es la materialización del poder romano, sus siete cabezas son la representación de las siete colinas sobre las que se fundó el Imperio. El número de la bestia 666, no es sino una abreviatura numérica del nombre del emperador Nerón. Para intérpretes y épocas posteriores a Juan, la cosa fue distinta. Desde entonces, cada hambruna y cada guerra en el mundo han sido lideradas por algún misterioso jinete. Quince siglos después, para la encarnación del Anticristo ya no era el emperador romano, sino un monje llamado Martín Lutero, y para él, e el Anticristo no era otro sino el Papa católico. Para tiempos más cercanos a nosotros las fuerzas del mal eran el comunismo, el fascismo, el Fondo Monetario Internacional o el Imperialismo Yankee.

La primera advertencia que uno encuentra cuando accede a los textos bíblicos por vía de sus intérpretes más serios es la de evitar encontrar en los profetas un fundamento para la manifestación de las propias ideas. El gran problema surge cuando somos testigos de todos aquellos episodios que han marcado negativamente la historia de la humanidad incurren en el mismo error. Obsesionados con las palabras, por su condición de saber revelado, sagrado, proveniente del mismo Dios, algunos han encontrado infinidad de códigos secretos y ocultos entre las líneas del texto, la llegada de Hitler al poder en Alemania, la nacionalidad del próximo Papa, la caída de las torres gemelas etc. Para esta línea popular de la investigación, las circunstancias y el significado de las palabras en el marco intelectual del tiempo en que fueron escritas es un asunto totalmente accesorio. Lo que importa en todo caso es seguir una dinámica de imposición del poder por vía de la interpretación de las palabras que vaya más o menos así: X escucha una voz que le dice que suba a la montaña, o que visite el bosque, que espere una señal en la fría celda de un monasterio medieval, o en la oficina de un funcionario público; A solas, sin testigos, Dios se comunica con él y le informa sobre el curso de los acontecimientos por venir. Investido de un aura de santidad, el mensajero indica, predice, determina, levanta su mano contra aquellos que se atreven a dudar: a través de su palabra el destino del mundo ha sido revelado.

Los fenómenos apocalípticos en cada época implican la posibilidad de determinar para otros, para los no creyentes o para los enemigos, la forma de su fin. En la parte final del Apocalipsis de Juan se niega la posibilidad de que en el futuro tenga lugar otra revelación del fin de los tiempos. Es por ello que desde entonces no se ha hecho ni se hará ningún agregado a la biblia, pues la tradición está fijada. Pero este pasaje tampoco se ha interpretado cabalmente y razones sobran para ello. Como nos dice Cristóbal Serra, el Apocalipsis, con su orgía de terrores ha sido en realidad una de los mayores agentes con los que la Iglesia ha mantenido su hegemonía sobre la idea de salvación humana.

En 1998 fue estrenada una película mexicana dirigida por Arturo Ripstein, El evangelio de las maravillas. Basada en un hecho real, la película da cuenta de un episodio apocalíptico contemporáneo ocurrido en el municipio de Turicato en Michoacán. El 13 de junio de 1973, Gabina Sánchez recibió un mensaje de Dios. El fin del mundo estaba cerca y Gabina junto al sacerdote católico Nabor Cárdenas, después conocidos como mamá Salomé y Papá Nabor, serían los responsables de fundar una comunidad de fieles a salvo de los vicios del mundo exterior. Se colgó una campana en la plaza del pueblo que debía ser tocada antes, solamente en el momento previo al fin, que fue anunciado primero para 1980, luego para 1988 y para 1999. Lo que comenzó como una comunidad puritana acabó por convertirse en un coto fuera de la ley. Investigaciones posteriores al previsto fin del mundo arrojaron que en Nueva Jerusalén Michoacán, papá Nabor y mamá Salomé, que encontraban la bestia apocalíptica en la degeneración del mundo exterior, acabaron por solapar una red de prácticas de perversión y prostitución de menores de edad a su servicio. El conflicto en Turicato, ahora relacionado con tráfico de drogas, aún está vigente.


La secta protestante de los Davidianos tiene su origen en una serie de acontecimientos proféticos que se remontan hasta el siglo XIX. Desde entonces la secta ha tenido varios líderes carismáticos que aseguran poseer el mismo don profético de Ellen G. White, la primera persona que recibió un mensaje de Dios y que se considera fundadora. Después de varios cismas y disputas internas, y ya en 1978, Vernon Howell se convierte en el nuevo líder de la secta. Creyéndose sucesor del Rey David, cambia su nombre a David Koresh y crea un centro llamado Monte Carmelo en la población sureña de Waco Texas. El FBI comienza a investigar a la secta davidiana después de recibir informes sobre acumulación de armas en el predio de los seguidores de esta secta Davidianos. En un primer enfrentamiento mueren policías y algunos miembros davidianos” de la secta, lo que desata una reacción todavía más intensa por parte de las autoridades. Monte Carmelo es sitiado por la policía durante 51 días hasta que se desata un incendio que termina con la vida de más de 70 personas entre las que se encontraba el líder de la secta David Koresh. Una vez terminado el incendio se encuentran pruebas de feminicidos y abusos infantiles cometidos dentro del centro de los Davidianos. En 1995, un ex soldado llamado Timothy McVeigh, que comulgaba con algunas ideas de los davidianos, hizo estallar una camioneta afuera de un edificio de gobierno, lo que mató a 168 personas entre ellas 19 niños. Aseguraba que los trabajadores del edificio estaban a favor del “Imperio del mal”.

Una semana antes de comenzar a escribir este artículo, en la ciudad de Nueva York, Robert Fitzpatrick, un pensionado del sistema de transporte, gastaba los ahorros de toda una vida de trabajo en publicidad para el fin del mundo. Para el evento, que ocurriría el 21 de mayo de 2011, Fitzpatrick invirtió 140,000 dólares que se convirtieron en anuncios repartidos por las calles, el metro y anuncios espectaculares. Cuando la prensa indagó sobre los anuncios y entrevistó a Fitzpatrick, él aseguró que era seguidor de un programa radiofónico donde el pastor evangélico Harold Camping reveló la fecha del fin del mundo y el cataclismo que terminaría con la humanidad, un terremoto que abarcaría toda la tierra. Era sábado, el trabajo, el amor, la fe y el odio encarnizado y estéril se sucedieron a lo largo de aquellas veinticuatro horas, como sucede a diario a lo largo y ancho de la tierra. Llegó el domingo y supongo que para Robert Fitzpatrik, el día siguiente al fin del mundo fue el más triste de sus días de jubilado. Harold Camping asegura que el fin del mundo todavía está cerca, lo ha predicho nuevamente para el próximo octubre.

lunes, 25 de abril de 2011

La condición postmoderna: un diálogo/relato para espíritus jóvenes. Dentro hay cosas de filosofía y un conejo.


La condición postmoderna: un diálogo/relato para espíritus jóvenes. Dentro hay cosas de filosofía y un conejo.

Por: David Esquivel.

A manera de relato

A finales del siglo XX, primero en el contexto de la arquitectura y luego en distintos espacios académicos, comenzó a circular el rumor de que, como decía Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando y la civilización occidental estaba entrando en la postmodernidad. Muy probablemente el profeta del Folk no pensaba en lo mismo que Vattimo, Lyotard, Foucault o Derrida. Los tiempos en efecto, ya eran otros y tuvo que llegar el año de 1989 para que un grupo de alemanes fuera capaz de derribar un muro y con ello el mítico relato del socialismo que vendría a acabar con la desigualdad, la pobreza y la avaricia del ser humano. Aquel pequeño ser empollado durante el siglo XIX y que rompió el cascarón en la lejana Rusia a principios del XX, daba sus últimos suspiros en las calles de Berlín, veinte años antes de comenzar el nuevo milenio. Esto te lo cuento a ti como a mí me lo contaron mis padres, la televisión, uno que otro libro y mis profesores de filosofía. Tú y yo apenas nacíamos para entonces. Nos contaron también otras tantas historias: La Guerra Fría, unas de árabes, judíos y palestinos, varias de crisis económicas y una mentira grande y gorda llamada Neoliberalismo.

Al parecer, y otra vez, según cuentan, nos ha tocado venir al mundo en tiempos complejos, (un tal Fukuyama tuvo la ocurrencia de decir que estábamos frente al fin de la historia). Nacer en semejantes condiciones… ¡Qué poca madre! ¿No? Yo aún me pregunto si un asunto de este calibre tendría alguna importancia para alguien que hubiera nacido en el año 645 de la era cristiana. Lo imagino entregado al insomnio en una noche fría de invierno, acostado en su cama de paja: –Todavía faltan 876 años para que comience el Renacimiento, ¡Uuuuuta, qué hueva¬!–.

Para bien o para mal, desde un extremo o desde el puro margen, nos ha tocado participar del mundo occidental y sus discursos (hablamos castellano y poco más). Esto no es, en medida alguna, un asunto sin importancia. La forma como concebimos el mundo ahora, nuestra cosmovisión para que suene más chido, depende totalmente de ello. De haber conservado el modo de pensar de nuestros antepasados mesoamericanos, o de haber nacido en Ur o en Atenas nuestra concepción del tiempo habría sido totalmente distinta. Sabios astrónomos o humildes campesinos, concebiríamos el discurrir de esa cosa llamada tiempo como una concatenación de ciclos eternos, marcados por la destrucción y renovación de un sinfín de mundos posibles y todos a nuestro alrededor compartirían más o menos la misma idea. El mundo cristiano occidental no comparte esta noción antigua del tiempo. Para los cristianos, el Universo ha sido creado en un momento determinado, (concebible o inconcebible para nosotros, escrito en un libro o no, pero momento al fin), luego, el mundo deviene, “progresa”, se desarrolla, va del punto A al punto B, donde punto B quiere decir el fin de una línea, el Apocalipsis, el fin de los tiempos, la vuelta al paraíso perdido, etcétera, etcétera. Dadas estas circunstancias particulares no resulta extraño que desde nuestra situación, conservemos la tendencia de ver al tiempo como algo fraccionable y progresivo (de no ser posible tal vez no lo entenderíamos aún), como un conjunto de épocas. A la prehistoria le sigue la historia (la historia de la Historia, quiero decir). Civilizado el humano, capaz de dejar un testimonio escrito de su paso por el mundo, los demás podemos organizarlos: Antigüedad, Edad Media (tiempo oscuro entre dos luces, según dicen), el Renacimiento, la Modernidad y con sorpresa o no, la Postmodernidad.

Nuestro lugar en la historia de las ideas.

Sin saberlo ni pedirlo, se afirma y se rumora que la Postmodernidad se nos vino encima. ¿Qué carajos puede significar eso para un joven como tú o cómo yo o para quien con diez y seis años cayó muerto en Villas de Salvarcar y para quien busca trabajo y no encuentra junto a veinte millones de ninis más? ¿Quién como nosotros puede tener el desdichado lujo de pensar su mundo, su historia y ejercitarse en filosofía? ¿Para qué?

Pensar la postmodernidad puede verse como una actitud frente a un estado de cosas que incluyen a la historia, el saber, la ciencia, la tecnología, el lenguaje, la economía, la vida social e individual y todo lo que puede abarcar esa palabrota que es la Cultura. Dicen también los que saben, que la Postmodernidad es la condición en la que se encuentra el saber en las sociedades desarrolladas. La mayoría de los promotores de esta idea son o fueron profesores en universidades de países como Canadá, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y algunos otros. Es muy probable que, bajo esta perspectiva, resulte imposible para nosotros el considerarnos postmodernos. Lo cierto es que algunas ideas no conocen fronteras y las repercusiones de lo que se discute en estos sitios tienen impacto en la vida de todos los seres humanos alrededor del mundo. Dadas las condiciones de injusticia prevalecientes, muchas de ellas heredadas de la modernidad, el tiempo no discurre de la misma manera por todos los rincones del mundo. Hace menos de cien años, mientras Europa y Estados Unidos disfrutaban de las mieles del progreso y los años locos, la Rusia gobernada por los zares seguía atrapada en la época feudal. De la misma manera, grupos humanos en la Sierra Negra de Puebla o entre las selvas de Chiapas, por citar sólo algunos casos, se debaten todavía por integrarse o no a una dinámica propia de la Modernidad: La pertenencia al Estado Mexicano como ciudadanos, la transformación de sus estilos de vida tradicionales y la adopción de otros distintos debido a la migración masiva, la pérdida de su identidad, etc.

México es el país en el que a ti y a mí nos ha tocado vivir, América Latina es también nuestra geografía, el lugar en donde más de quinientos millones de habitantes compartimos formas de vida similares. Ambos son espacios premodernos, modernos y postmodernos en donde las temporalidades se entrelazan ya que el devenir de nuestra historia no ha seguido, necesariamente, los pasos del otro Occidente más desarrollado. Unas veces a cuentagotas, otras en verdaderas oleadas, hemos abrevado de ideas que en muchos casos no se gestan en nuestras latitudes pero nos afectan irremediablemente. Pensamos en castellano, portugués, francés, las lenguas europeas de Cervantes, Vasco da Gama y Luis XVI. Confinamos al cajón del olvido al náhuatl y al quechua. Nos volvimos “modernos” a punta de espadas y catecismos, de tomos importados de la Enciclopedia Francesa y revoluciones región 4. Nos volvimos postmodernos por vía de ayudas caritativas disfrazadas de “proyectos para el desarrollo”, a punta de golpes de Estado y muros en las fronteras, revoluciones, guerrillas, vendiendo petróleo y mano de obra, instalando maquiladoras, consumiendo andanadas de publicidad y tomando Coca-cola. Y henos aquí, viviendo el pastiche de nuestra historia.

Creo que a estas alturas es más difícil estar seguros del asunto que tratamos aquí. Que si la historia va o viene, que si aquí nos tocó vivir y qué mal o qué bien, que el moderno soy yo y el postmoderno es aquel. Por difícil que parezca creer, han corrido ríos de tinta sobre este tema. Señores y señoras muy solemnes que se hacen llamar “académicos” organizan reuniones y coloquios, leen muchos libros, escriben otros tantos, hacen comentarios sobre libros que versan sobre otros libros escritos por un sujeto que vive al otro lado del mundo y que dice que sí, que vivimos en tiempos en los que la vida humana se rige por una serie de relatos y que de nuestra posición frente a estos relatos depende el tipo de mundo en el que vivimos. Si las cosas son así, si en realidad este es un asunto para tipos raros que leen mucho, hablan raro y usan lentes, entonces deberíamos dejar de preocuparnos. Si ellos han creado este galimatías pues que lo resuelvan solitos y todos contentos.

Vivimos en tiempos en los que pensar no está muy de moda. Dichoso tú que has podido alejarte un momento de la televisión o del cuchicheo banal y altamente adictivo de las redes sociales (yo apenas lo logro). La filosofía tiene fama de ser el ejercicio del pensar por excelencia. Al mismo tiempo semejante actividad carga con otros muchos prejuicios nefastos como su inutilidad, o la tendencia de sus practicantes a perderse en discusiones sin sentido, en choros interminables y hondos como abismos. Este asunto de la postmodernidad bien podría ser uno más de ellos. Sin embargo, en el panorama oscuro de estos tiempos creo que algo de respetable puede haber en una actividad humana que como la filosofía, despierte en nosotros el interés por comprender lo que sucede a nuestro alrededor. Más que una labor teórica propia de académicos, pensar en la existencia o no de una condición postmoderna puede ser un ejercicio relevante que, si bien no aporta respuestas contundentes sobre la forma de vida actual, sí puede llevarnos a plantear las preguntas adecuadas y actuar en consecuencia.

Situaciones postmodernas.
Sería bueno que el asunto este de la postmodernidad se quedara al margen de una discusión sobre el tiempo. Uno de esos temas para elucubrar en domingo y nada más. Sería mejor aún que alguien pudiera entregarnos un calendario con la muy pertinente leyenda: 2011, año chino del conejo y, por debajo: año 32 de la publicación de La condición postmoderna de François Lyotard, con la foto del conejito y del doctor Lyotard incluidas. Lo cierto es que los teóricos expertos nos advierten: Cuidado, este asunto va más allá de los almanaques. En algunos remotos rincones, de remotas universidades, tipos curiosos dedicados al innoble oficio de pensar se dieron cuenta de que no vivimos más en el mundo que Descartes, Kant, Hegel y Marx construyeron para nosotros. Un mundo ciertamente cómodo, tanto que si uno se daba el tiempo de mirarlo con calma resultaba hasta agradable. Los filósofos habían sido los arquitectos de una linda casa ubicada en el barrio Occidente, casi esquina con Modernidad. Adentro estaban perfectamente organizadas, como una colección de tazas en el anaquel, las categorías del entendimiento. En el refri dormían a buen recaudo la Res Pensante y la Res Extensa. El principio de razón suficiente era como un mullido sillón en el que se podía estar a todas anchas. Como otros muebles conocidos estaban también la idea de Espíritu Absoluto, de Revolución, de Yo y de Otro, de Burgués y de Proletario, de Consciente e Inconsciente… Y que sí, que la casa es bien cómoda y se vive de lo lindo, tout va très bien por la avenida del orden y el progreso.

La filosofía, que durante tanto tiempo sirvió a Occidente para legitimar las reglas de lo que tenemos a bien llamar conocimiento, como conjunto de saberes, no es otra cosa que uno más de los relatos sobre los cuales fundamos lo verdadero y nuestra posibilidad de comprender el mundo y actuar sobre él. Eso es justo lo que les interesa destacar a los que se han puesto a pensar en la Postmodernidad. Dejemos de ser ingenuos, seamos capaces de poner en juego la veracidad de lo que nos han contado. Una buena actitud de pensador de lo posmoderno es aquella que es capaz de plantarse con incredulidad frente a los grandes relatos.

Por supuesto que en Occidente hay de relatos a relatos. El impacto de cada uno de ellos en las formas de vida humana ha variado con el tiempo. Algunos hombres nacidos en el siglo XIX crearon el relato de un mundo idílico en el cual los obreros fueran dueños del fruto de su trabajo, la riqueza generada estuviera bien repartida y se desterraran del mundo la pobreza y el abuso. Hoy cada vez son menos los seres humanos que creen en esa ingenua posibilidad. La muerte de aquel relato significó el auge de otros. La posibilidad de hablar de post-modernidad radica justamente, en la caducidad de algunos de esos grandes discursos de la modernidad: El socialismo, el poder omnímodo del Estado, la ciencia como fuente de progreso y bienestar para los seres humanos, etc.

Quizás el más importante de estos relatos, considerando el impacto que tiene en las vidas de miles de millones de seres humanos sea el relato del Saber. Ya en el siglo XVI un brillante consejero de la corte inglesa de nombre Francis Bacon, ponía los cimientos del proyecto moderno al afirmar que el Saber es Poder. Poder para transformar el entorno y hacer de la razón el instrumento que llevaría a la humanidad a alejarse de los males que la aquejaron durante milenios. Poder para aplicarse en un sinfín de ámbitos y que la “luz de la razón” fuera una lamparita para explorar e iluminar los más sórdidos y oscuros rincones de la humanidad. Desde que nos bajamos del árbol hasta la invención de la escritura hay miles de años, pero entre los hermanos Wright y la llegada del hombre a la Luna, apenas unas décadas. La clave del éxito de estos primates que somos y seremos radica en nuestra capacidad para generar y transmitir información a las generaciones futuras. El relato del Saber es más que un relato en la medida en que consideramos sus resultados. Podríamos pasar horas y horas discutiendo sobre los incontables beneficios que la ciencia asociada a la técnica ha aportado al estilo de vida contemporáneo. Ahora te escribo esto desde una computadora barata y hecha en China, tú lo podrás leer en una nueva y fabulosa pantalla de plasma, tu prima la fresa en su nuevo IPad y luego todos seremos amigos en Facebook. Hasta ahí todo bien, el problema comienza cuando el cuento de hadas que era para los modernos el saber/poder se descompone y nos muestra su otra cara: Bajo preceptos estrictamente racionales, la modernidad encerró a los locos que vagaban felices por los campos ; ejerciendo esa misma razón se crearon exquisitos instrumentos de tortura, desde el aparato que aplasta dedos hasta la cárcel, el hospital, la escuela y la fábrica perfectamente vigiladas y perfectamente productivas. Y así, el relato del saber y su poder han generado una larga lista de linduras: desde el gas mostaza hasta la AK-47, las drogas de diseño, el Fondo Monetario Internacional, los talk shows y el insaciable deseo de consumir como enajenados hasta lograr el sueño de ser Totalmente Palacio. Nos lo han contado así y nosotros lo hemos creído.

Si unos relatos ya no son efectivos, si se han quedado guardados para los archivos de la historia occidental, hay otros tantos que han cobrado fuerza y que sin lugar a dudas impactan directamente a las formas de vida tanto en el mundo desarrollado como en el subdesarrollado. Es justo ahí donde todo este asunto cobra relevancia para nosotros. Se dice que los pensadores ilustrados del siglo XVIII eran afectos a plantar árboles de la libertad y a danzar en torno a ellos. Nadie podría culparlos por creer que la razón podría dar frutos positivos para la humanidad. La candidez de los modernos se transforma cuando somos capaces de ver cómo el criterio de eficacia asociado al saber/poder se manifiesta actualmente en nuestras sociedades. En algún rincón de La condición postmoderna, el Dr. Lyotard habla de la relevancia que tiene el criterio de eficacia para el mundo que vivimos, tanto en materia de justicia social como en términos de verdad científica. Los “decididores” del mundo han lanzado al mundo la nueva divisa: “Que todos seamos eficaces o nos aprestemos a desaparecer”.

Para estas alturas ya puede parecernos evidente que las ideas bajo las cuales se ha conformado nuestro mundo no son del todo inocuas. En el lenguaje del cual somos usuarios, en la forma en que nos movemos por el mundo y aceptamos vivir en democracias y participar de la sociedad de la información y del consumo subyace toda la historia del Occidente, moderno o post-moderno. Evidentemente no podemos hacer juicios absolutos sobre la positividad o negatividad de este nuevo estado de cosas llamado postmodernidad. En nuestra época disfrutamos de desarrollos con los cuales un moderno apenas soñaría. Los horizontes de la comunicación se han expandido de forma extraordinaria, la vida no sujeta a los estándares de la mediatización resulta cada vez más impensable y el aventurado Robinson de nuestro tiempo es aquel que tiene el valor de permanecer desconectado de la red por más de una semana. Vivir nuevos tiempos, regidos por nuevos relatos, trae consigo una serie de nuevos problemas que los filósofos y nosotros con ellos, pueden plantear. Si aceptamos que los relatos de nuestro tiempo se centran en la aplicación del saber científico, político y económico bajo el criterio de la mayor eficacia entonces también tenemos que tener la capacidad para asumir las consecuencias que esto tiene para nuestra vida y la de millones de seres humanos.

La generación del conocimiento y su aplicación en forma de tecnología son una característica compartida tanto por la modernidad como por la postmodernidad. Si para un moderno resultaba natural que las ideas tuvieran un impacto necesariamente positivo en la cotidianidad, en nuestros tiempos esto no resulta tan sencillo. A diferencia de aquellos, nosotros no podemos ser tan idealistas. Hoy vemos que aun cuando se genera conocimiento en grandes cantidades y de forma vertiginosa y nuestro acceso a estos desarrollos es más fácil que entonces, esto no ha significado una mejoría importante en las condiciones de vida de millones de seres humanos. Es cierto que ahora, algunas personas tienen acceso a vacunas de última generación, medios de comunicación en tiempo real y la posibilidad de estrenar una fabulosa rodilla biónica cumplidos los ochenta, sin embargo, para muchos otros persisten problemas como la creciente desigualdad, la marginación tecnológica y el rezago educativo.

En plena modernidad, el relato del saber estuvo asociado no solamente con la erradicación de la ignorancia y el malestar sino también con la producción de bienes y riqueza. El ideal burgués, del cual participamos todavía, ha llevado a la exaltación de valores como la eficiencia y la productividad. Debido a ello nuestros padres y los padres de sus padres y también nosotros, para qué negarlo, nos hemos casado con la idea de que el mejor estilo de vida posible es aquel en el que pasamos años sujetados a un sistema educativo (rueda de hámster idealizada) cuya misión principal es adiestrarnos para ingresar al mercado laboral y ser productivos. La productividad en tiempos postmodernos no se mide, como antaño, en metros de tela de lana producida por jornal, sino en el incremento de la capacidad humana para procesar información. Las necesidades de consumo actuales han generado una división extrema en el mundo. Los países ricos en el norte se dedican a producir publicidad, servicios, formas de entretenimiento y modelos de vida. Los países al sur que se han integrado al sistema, se convierten en enormes fábricas tecnológicas, como es el caso de India o China. Quienes no han podido dar este paso, han pasado a formar parte de un mundo informáticamente subdesarrollado, jodido por partida doble.

Al parecer, la posición de nuestro país en el mundo postmoderno no es del todo ventajosa. Durante las últimas décadas del siglo XX y la primera de este siglo, México se ha ido convirtiendo en un territorio maquilador. El progreso, decían los políticos, vendrá a nosotros como el maná del cielo en la medida que nuestra población se convierta en mano de obra calificada. El negocio es del todo ventajoso dado que educarse como mexicano y vivir como mexicano resulta mucho más barato que ser un obrero de GM en Detroit o de Nissan en Japón. Dadas las condiciones de nuestra labor técnica, los mexicanos no tenemos por qué participar del relato del saber. Nosotros nos limitamos a armar los frutos de una ciencia que cada vez nos es más lejana (quienes nos gobiernan lo saben y dedican menos del 1% del PIB al desarrollo de científicos mexicanos). Las herramientas que debemos tener para ser “exitosos” en el mundo contemporáneo no van más allá del manejo de una computadora y un “poquito” de inglés. ¿Para qué preocuparnos si lo que no se aprende en nuestro paso fugaz por la escuela se cubrirá después con lo que encontremos en la Wikipedia? ¿De qué le sirve a una sociedad como la nuestra que sus jóvenes sean capaces de pensar por cuenta propia?

Después de todo, de esto se trata nuestro diálogo. Si la postmodernidad existe o si se trata de un parto mutante de la modernidad, todo viene a resumirse en la creación de un pretexto para pensar, un pretexto compartido por ti y por mí. En las tesis sobre Feuerbach, un tipo llamado Carlos Marx se quejaba amargamente de que los filósofos no habían hecho otra cosa que pensar el mundo. Si pensar el mundo no ha sido suficiente y si aún somos capaces de reconocer el mal radical de la injusticia, entonces debemos asumir la responsabilidad que implica pensar el mundo para cambiarlo. El primer paso para un cambio implica la capacidad que tengamos para ser críticos frente a los hechos del mundo y las ideas que los sustentan. Efectivamente, la postmodernidad como relato tiene un lado oscuro que nos afecta. Debemos reconocer que el relato del saber/poder, aplicado a todos bajo el criterio de máxima eficacia, impacta la vida de algunos seres humanos de forma benéfica, pero al mismo tiempo ha generado verdaderas atrocidades que afectan la vida de muchos más. Gran parte del sistema en que vivimos se mantiene gracias a la producción en masa de objetos de deseo. Deseamos ser como la rubia brasileña que usa Prada o ser exitosos como Messi, lo que no lograremos si no compramos sus zapatos Nike. La sociedad actual ve con buenos ojos y eleva a la categoría de virtud el denodado y absurdo esfuerzo del humano que trabaja para obtener tales objetos de deseo (somos el burro que persigue la zanahoria atada al palo). Al mismo tiempo, esa misma sociedad se extraña al ver que cada vez más jóvenes se unen a las filas del crimen organizado, sin percatarse de que ellos como el pequeño burgués, también han sido inoculados con el deseo de poseer esos nuevos “objetos sagrados”. Tal vez sea cierto que, en determinadas circunstancias, los sueños de la razón producen monstruos. Tal vez sea bueno que sigamos pensando.

En Santa María la Ribera, México, D.F. 10 de febrero de 2010.

sábado, 9 de octubre de 2010

Pequeña propuesta para acabar con la pobreza en Irlanda, de Jonathan Swift

“Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público”

(Jonathan Swift
Dublín, 1729)

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas, o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.

El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de estas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construímos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.

Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.

Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.

Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.

He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.

Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.

Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.

En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.

Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de esto dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.

Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.

Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.

He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.

En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.

Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.

Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.

Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.

Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.

Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.

Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Lord Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.

Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.

No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.

Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mi concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.

Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.

Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.

jueves, 8 de octubre de 2009

¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo?


¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo?

Viaje por el mundo de las preguntas sin respuesta


Por: David Esquivel


En algún lugar de un libro antiguo que lleva por título Confesiones, un viejo filósofo llamado Agustín, se dio a la tarea de responder a una pregunta ciertamente compleja ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Por supuesto, la pregunta implica ya otra pregunta: ¿quien es Dios? Invertir más de treinta segundos intentando responder cosas semejantes en los tiempos que corren resultará para muchos una absoluta pérdida de tiempo (A Dios lo mató Nietzche hace rato y sanseacabó). Seamos optimistas y supongamos que TÚ, ocioso y por lo mismo bienaventurado lector de Los perros del Alba eres un individuo de buen talante y ánimo inquisitivo cuya capacidad de asombro continúa vigente. Siendo así, supongo que ya habrás formulado algunas imágenes en tu cabeza producidas por la conjunción de esas cuatro letras: D-I-O-S. La memoria comienza a trabajar y es posible que recuerdes a tu maestra de catecismo, a tu madre o para los más contemporáneos, aquel capítulo de Los Simpson en el que Homero prefiere quedarse en casa para ver football y beber cerveza en lugar de ir a misa y termina con una revelación de carácter místico: Dios es un viejo bonachón de bata blanca que vive en una nube, lleva la barba larga y cana y usa huaraches.


El proceso mediante el cual hemos llegado a tener tal imagen de Dios es ciertamente complejo. De entre las tres más grandes religiones del mundo occidental como son el judaísmo, el islam y el cristianismo, sólo esta última cuenta con una imagen más o menos definida de Dios a partir de lo que se ha denominado el esquema trinitario, formado por las figuras del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aún hoy en el mundo cristiano, la representación de la imagen de Dios padre bajo la forma de un anciano barbado, la paloma como Espíritu Santo y Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre es aceptada de forma canónica, sin embargo, esto no siempre fue así. Como sabemos, el cristianismo surge como una nueva religión en el seno de otra más antigua como lo es el Judaísmo. Dentro del Judaísmo y tal como puede leerse en el conjunto de libros sagrados que forman la Torá, la representación de Dios queda terminantemente prohibida (lo mismo sucede en el Islam). No por nada, cuando Moisés es elegido para comunicar los mandamientos de la ley, Dios se manifiesta de forma ambigua, como una zarza ardiente o una voz que, a la pregunta por su identidad, responde simplemente: Yo soy el que soy.


El evento que vino a cambiar de forma radical la concepción de Dios que hasta entonces se desarrollaba en el Judaísmo fue sin lugar a dudas el nacimiento de Cristo. Misterio tremendo en el que se devanaron los sesos y las almas de tantos seres humanos, aquel por el cual un Dios es capaz de hacerse hombre y habitar entre los mortales. Un Dios que es Dios y es hombre. Un Dios que es Uno y tres al mismo tiempo (Lo cual implica un conflicto todavía más grande ¿cómo lo representamos?) . Los avatares que rodearon a esta idea son muchos, desde el primer instante de su postulación (que se atribuye a Tertuliano, alrededor de 215 d.C) algunos intelectos filosóficos recelaron de ella. De esa forma fueron surgiendo distintas interpretaciones y representaciones de la figura de Dios que a la postre llevaron el nombre de herejías. El catálogo de herejías o ideas que iban en contra del Credo oficial es inmenso. Muchas de ellas enfocaron su atención al problema de la trinidad y el conflicto racional surgido de sus propias contradicciones, las cuales, en muchas ocasiones fueron solucionadas por vías menos complejas, Creo porque es absurdo, llego a afirmar el mismo Tertuliano. Para algunas herejías como el adopcionismo, Cristo era un ser humano de una calidad infinita elegido por Dios padre para su misión en la tierra, más no un Dios por sí mismo. Para el docetismo, en cambio, el ser que sufrió y pereció en la cruz no pudo haber sido sino una especie de holograma, la imagen ilusoria de una naturaleza divina y superior incapaz de sufrir castigo corporal. Los Arrianos por su parte, defendieron la idea de Cristo como una creación ad hoc hecha por el padre, y cuya naturaleza no era compartida. La historia del cristianismo es sus inicios es una encarnizada lucha argumental (y en ocasiones física y violenta) por definir al símbolo sobre el cual habría de depositarse la fe millones de seres humanos.


Si nos alejamos por un segundo de la teología y la política y damos rienda suelta a nuestros propios pensamientos, podemos regresar al planteamiento con el que comenzamos este escrito: La pregunta, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo? De aceptar el juego, podemos entonces comenzar a lanzar algunas hipótesis y, si a Dios no le molesta, seamos como el abuelo de barbas largas que se dispone a contar un cuento a la luz de la fogata. Luego pensemos en Dios como un artesano. Aunque la idea no sea del todo nueva, imaginemos un Dios con una mente y unas manos capaces de crear objetos vivientes a partir de la materia, sea ésta barro primigenio, paja o masa de maíz. Dios nos ha tomado entre sus manos y nos ha modelado, (algunos pensarían que a su imagen y semejanza), después, con artilugios que pueden variar, dependiendo de la cultura que haya creado el mito, Dios le ha dado vida al hombre. Con un soplo, con una chispa, con una palabra...


En el libro primero del Génesis o “libro de la creación” puede leerse: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: Haya Luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamo Dios a luz “día”, y a la oscuridad la llamó “noche” y atardeció y amaneció: día primero...” Según la más antigua tradición Judía, Dios ha creado el mundo con palabras. En el principio, dice el evangelio de San Juan, era el Logos, y el logos estaba ante Dios, y el logos (la palabra en griego. Dabar, el verbo para los hebreos) era Dios. Dios dice y entonces las cosas y el mundo son, tienen lugar. ¿Pero es que acaso Dios era una especie de místico poeta? Uno que por vez primera fue capaz de hacer cosas con palabras. Tal vez por eso las palabras han tenido desde entonces un cariz sagrado, como dice Borges en un poema titulado El Golem:


Y, hecho de consonantes y vocales,
Habrá un terrible Nombre, que la esencia
Cifre de Dios y que la Omnipotencia
Guarde en letras y sílabas cabales.



El mismo Borges escribe unos versos más adelante que los artificios y el candor del hombre no tienen fin. Conociendo el poder oculto tras las letras que cifran el nombre de Dios el rabí Judá León del poema de Borges se dio a la tarea de realizar extrañas permutaciones de letras y palabras que le otorgaron un poder maravilloso, la capacidad de crear la vida, de ser como Dios.



La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
Sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
De las Letras, del Tiempo y del Espacio.



Pero en algo falló Judá León, pues su creación resultó torpe y contrahecha pues “con sus ojos menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa”, apenas era capaz de barrer la sinagoga. El Golem es un ser que por maravillosos artificios literarios, se compara al primer hombre creado por Dios. El aprendiz de creador se ha equivocado y la angustia se apodera de él: ¿Cómo -se pregunta Judá-, pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura? La idea es ciertamente escalofriante, sobre todo si, desconfiados, comenzamos a mirar a todos lados en busca de aquel que sin dominar el arte, por soledad o aburrimiento, se dispuso a crearnos a nosotros en el principio de la historia. (¿quien fue nuestro Rabí Juda Léon?) Un pesimista genial como lo fue Èmile Cioran, ya apuntaba en algún momento, de forma irónica, que quizá la historia del Génesis habría de mirarse con otros ojos y en otro orden. En efecto, Dios ha creado el universo en seis días y ha descansado el séptimo. Y si ha sido así es porque cada acto creador se llevaba una parte de él y de su energía. Al llegar al sexto día, en el que ha creado al hombre, Dios se encontraba profundamente cansado. De ahí la calidad de la obra.



Preguntémonos entonces, ¿es posible que no sea cierto que Dios haya creado el mundo en seis días? A reserva del miedo que puede provocarnos el caer fulminados inmediatamente, pensemos por un momento en las implicaciones de tal afirmación. ¿Por qué seis días y no cuatro o tres? ¿Los dioses se cansan? ¿Tendría Dios algo a la mano en el momento de la creación? Crear, hacer, pensar, construir, imaginar, hablar... ¿qué implicaciones misteriosas y profundas tendrán esos verbos en la mente de Dios? Desde luego parece ser que nuestra mente nos ha llevado al límite último del misterio.

Desde muy joven y aún sin ser cristiano, Agustín mostró una gran avidez por temas filosóficos. Ya maduro, dedicó buena parte de su tiempo a componer un libro autobiográfico que llevó por título Confesiones, una obra en donde desarrolló sus preocupaciones más profundas, desde la compleja naturaleza del ser humano, (Un ser caído y más bien tendiente al mal), hasta el problema de la creación del mundo, el tiempo, el espacio y la eternidad. Con el tiempo, Agustín llegó a convertirse en una autoridad cuya opinión influyó fuertemente en el rumbo futuro de la Iglesia como institución. Como “Padre de la Iglesia”, las ideas de Agustín sirvieron para construir un canon de creencias con bases filosóficas. La originalidad de Agustín como filósofo ha sido cuestionada en la medida en que sus ideas, convertidas a la postre en dogmas, fueron utilizadas para apuntalar el edificio canónico de una institución, en un momento en que la filosofía no era sino una sierva de la teología. Tan extrema ha sido esta idea que algunos incluso ven en Agustín a un perseguidor de herejes. Sin embargo resulta imposible afirmar algo así, cuando se realiza una lectura atenta de ciertos pasajes de sus Confesiones, en donde manifiesta una inquietud auténtica por sondear los abismos del alma humana en busca de respuestas.

El libro once de las Confesiones, está estructurado bajo la pregunta con la que comenzábamos este texto. ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Agustín piensa en las escrituras como selvas oscuras y sombrías a las que por años se han retirado “místicos siervos”, en busca de un lugar para apacentarse, rumiando el sentido de sus palabras. Sin conocimiento y sin la guía de la razón es muy fácil perderse en esos parajes. Como muchos otros pensadores que le precederán, Agustín sospecha de la natural tendencia humana a reducir todo fenómeno de la experiencia a categorías que le sean comprensibles. Borges las llamará prisión, y muchos siglos después, para un filósofo como Kant, serán las condiciones de toda experiencia posible.

Gradualmente se vio (como nosotros)
Aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.



¿Será posible que esas mismas categorías puedan aplicarse a Dios? Sigamos de cerca a Agustín, respondamos afirmativamente, y si Dios no le molesta la reductio ad absurdum, aceptemos que Dios se encuentra en un lugar y un tiempo, nosotros aquí y Él allá, donde quiera que sea ese allá (la mayoría diría: en el cielo). Si Dios es el inteligente arquitecto del universo, irremediablemente tendríamos que pensar en el origen de los materiales con que se llevó a cabo la construcción y los procedimientos empleados (la misma pregunta aplica para las ideas de Dios alfarero, Dios relojero, Dios matemático, etc.) Resulta un dato curioso pero si hacemos una lectura literal del primer pasaje del Génesis nos encontramos con un problema gordo dado que el texto dice que Dios creo los cielos y la tierra para después, separar la tierra de las aguas... ¿Puede alguien responder de dónde vinieron las aguas? ¿Acaso preexistían?. De continuar con una argumentación similar tendríamos que problematizar si Dios tiene una forma y si tiene un rostro y manos y voz. Si su cuerpo es similar al nuestro, -sólo más grande, fuerte y perfecto, como dibujaban los griegos a sus Dioses-, luego entonces Dios se mueve, va de un lugar a otro, pastorea su rebaño durante cuarenta años por inhóspitos desiertos. Observa su creación y juega con ella, como haría un niño en un arenero, arroja un poco de agua y crea un diluvio. O bien, tal como lo describen otros pasajes del testamento antiguo, Dios puede SER COMO un padre amoroso, o un tirano de carácter complejo que duda, ignora, se encoleriza y a veces se distrae. (Si eso no fuera posible no habrían sucedido las historias humanas más interesantes). ¿Y antes de crear el mundo? Teniendo tanto espacio vacío solo para él, tanto tiempo y siendo Dios... Tal vez pensaba, hilaba historias, se cansaba, dormía y soñaba, (o sigue soñando y en su sueño estamos nosotros, quiera Dios que Dios no sueñe que sueña), creaba infinitos mundos para luego des hacerlos, se desdoblaba en tres y en instante volvía a ser uno... se paraba de cabeza, jugaba solitario, modelaba huesos de dinosaurios y otros mastodontes y luego los enterraba, hacía flexiones, repasaba en su cabeza la música de las esferas celestes... se moría de soledad y aburrimiento y sólo por eso creo una esfera densa y compacta hecha de plastilina cósmica, de hidrógeno y helio según los físicos... Y vio Dios que era buena, pero no tanto, se cansó de jugar con ella y cuando la aplastó con su mano enorme la bolita de desparramó por el espacio en un silencioso Big Bang.

Agustín nos haría pensar con un poco más de calma. Efectivamente, si intentamos responder a la pregunta ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?, haciendo uso de nuestras categorías humanas, es posible formular gran cantidad respuestas (todas viables en principio). Las preguntas fundamentales parecen requerir un poco más de tiempo para ser digeridas, al mismo tiempo, es recomendable ejercer la duda y nuestra capacidad para suspender por un momento nuestros conceptos previamente adquiridos. Ante la pregunta, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo? Agustín duda y luego piensa en la posibilidad de un espacio y un tiempo anteriores y la creación. ¿Cómo serían estos? ¿Acaso podrían asemejarse al tiempo y al espacio humanos? Definitivamente no, responde Agustín. Si todo ha venido a Ser en un solo y mismo instante, y eso incluye al tiempo y al espacio, no había tiempo y espacio anterior a la creación en donde Dios pudiera hacer cualquier cosa, luego entonces, Dios no hacía nada. El argumento más fuerte de Agustín gira en torno a la imposibilidad de concebir a Dios dentro del régimen del Ser. Es Dios quien lleva el ser al ser en virtud de una voluntad que rebasa todo límite humano. Dios fue capaz de hacer surgir su creación de la nada y habrá de llevarla a la nada en algún momento de la historia (que es lineal y ha comenzado en ese único instante). El Dios de Agustín está más allá del ser y su potencia infinita hace hace existir, sin embargo, de él no puede predicarse la existencia a menos que pueda ubicarse más allá de toda existencia pensable, en la Eternidad.

Dice Borges en su Historia de la Eternidad, que el tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica, la Eternidad en cambio resulta ser más bien un juego o una fatigada esperanza, hija de los hombres. La Eternidad para Agustín es la morada de Dios en donde el tiempo no tiene cabida. De antemano habría que negar la posibilidad de que la Eternidad pudiera entenderse como un tiempo que se extiende infinitamente. El pasado y el futuro, así como el presente, no son sino un mismo instante, el tiempo siempre presente propio sólo del ser infinito, un instante pleno que es la síntesis de todos los tiempos.



La eternidad es la misma sustancia de Dios, que nada tiene mudable. En ella nada hay pasado, que ya no sea, nada hay futuro que todavía no sea. Allí no hay sino es. No hay allí fue o será porque lo que fue ya no es y lo que no será todavía no es. Y en la eternidad [de Dios] todo es, pura y simplemente.” (Confesiones, libro XI)



Queda ahí la respuesta de Agustín a quienes, como nosotros, se vieron abrasados por la acuciante pregunta ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo? Como todo acto humano inserto en el tiempo, la respuesta es sólo provisional y resulta, más bien, la invitación a un viaje sin destino fijo. Tal es la naturaleza de aquellas preguntas que los humanos hemos llevado a cuestas desde el principio de los tiempos. Desde cualquier cronotopo y casi siempre, porque contamos con el tiempo y la soledad para formularlas. No sirven para nada, no dan de comer al mundo, y sobre todo no tienen respuesta, y sin embargo no podríamos llamarnos humanos sin ellas.













lunes, 25 de mayo de 2009

sábado, 9 de mayo de 2009

Después de sobrevivir a una caída que por poquito y nos deja pensando que teníamos poeta, José Emilio Pacheco será galardonado con el premio Reina Sofía en los próximos días. Más allá de las notas periodísticas, pasajeras como las vidas humanas, habría que festejar la posibilidad del goce que nos ha dado José Emilio desde hace mucho tiempo.

No amo mi patria.Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)daría la vida
por diez lugares suyos,cierta gente,
puertos, bosques de pinos,fortalezas,
una ciudad deshecha,gris,
monstruosa,varias figuras de su historia,
montañas-
(y tres o cuatro ríos.)

1969