lunes, 22 de diciembre de 2008

Sobre Aristófanes y el mito de la media naranja, la comedia de las contingencias corporales.

Por: David Esquivel

“Para ser el todo, primero hay que estar dispuestos a ser una mitad”.
Martha Nussbaum

Cuántas veces, en broma o en serio, los seres humanos nos hemos percatado del hecho ineludible de tener un cuerpo. Continente, máquina perfecta de armonía maravillosa, fuente de placer y dolor. A veces, recipiente, bolsa de sólidos, líquidos y humores, ruidos y excrecencias. Las consideraciones que todo ser humano pueda tener sobre el propio cuerpo y el de los otros, son variables como sabemos y experimentamos en lo cotidiano. En efecto, el cuerpo propio y los cuerpos ajenos son objetos que anulan flagrantemente el principio de identidad. El cuerpo, que aparentemente siempre es el mismo, es una entidad múltiple, en forma y función. El cuerpo sube, baja, duele, goza, se consume o se distiende y en algún momento, ¡Oh! verdad tan verdadera, se pudre y desaparece. Mientras tanto, como será el caso de este artículo, el cuerpo constituye también una fuente de inspiración. En efecto, si resulta imposible dejar de vivirlo, de sentirlo, de acarrearlo, es evidente que en algún momento “el cuerpecito” se convierta en tema para un ensayo. Un buen día, revisando aquí y allá ciertos documentos sobre un viejo sabio llamado Platón, me llamó la atención que el filósofo hubiera dedicado una parte importante de su obra a hablar sobre el amor. Para ello, y con el estilo que caracterizaba al ateniense fue necesario construir un escenario. Es por eso que a Platón se le ocurrió que el mejor sitio para discurrir sobre “eso que llaman amor” podría ser una fiesta. (Sí, como las que hacen de nuestra vida llena de trabajo y preocupaciones, un sitio menos lúgubre y mezquino, con copas, risas y algunos excesos) Ya en la fiesta a la que podemos asistir gracias a la pluma del demiurgo Platón y teniendo la narración como invitación al Banquete, podemos ser testigos de algunos de los discursos más bellos que se han pronunciado sobre el amor, uno de ellos además, tiene la virtud de ser, pronunciado por uno de los comediantes más afamados de Atenas. He aquí algunos comentarios acerca de este relato.

Como ningún otro orador del Banquete platónico, Aristófanes, el comediante, señaló un hecho fundamental: El amor se realiza en los cuerpos. En ellos y por ellos es que el amor, fuerza cósmica y divina puede concretizarse y tener un lugar en el mundo. No resulta para nada extraño que Platón haya escogido a un comediante como Aristófanes para ser la voz de las manifestaciones corporales del amor. La comedia, como sabemos, tiene su origen en antiguos ritos de celebración de la vida. En dichos ritos, existía un elemento material sobre el que giraba la dinámica de la celebración, un “comos” o falo ritual, símbolo del poder y la generación. Esa misma tónica de las primeras celebraciones “cómicas”, hizo del género un lenguaje siempre cercano a lo corporal. Ya fuera para ironizar, mermar o exagerar las potencias y sobre todo sus defectos, el comediante, moldea a su placer los cuerpos, los extiende y los retrae ante su público, se dirige al espectador haciéndolo consciente de su condición: - Ríe, goza al contemplar la vida manando, tú también tienes un cuerpo-.

En el relato platónico, una vez que ha superado las incomodidades del propio cuerpo en la forma de un ataque de hipo, Aristófanes atrae la atención de sus escuchas señalando un hecho fundamental: En efecto, todos los presentes se han puesto de acuerdo hasta el momento sobre el poder de Eros, su reinado sobre los hombres y su grado de influencia, su señorío. Para la comprensión del amor en los cuerpos, es preciso, por instrucciones del mismo Aristófanes, centrar nuestra atención en la propia naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido. Como todo buen relato que se refiera al origen mismo de las cosas, es necesario remontarse al primer acto creador. Según Aristófanes, los seres humanos nunca hemos sido los mismos, menos aún, en comparación a aquellos primeros seres creados por los dioses y de los cuales todos provenimos. En el principio era la esfera, figura que simboliza lo creado de manera completa, perfecta, equidistante del centro a la periferia en todos sus puntos. La comicidad de la imagen abre el apetito del público, ¿Esferas? En efecto, perfección con leves agregados; dos pares de piernas y la misma cantidad de brazos, una cabeza que compartía dos rostros, motricidad efectiva que les permitía rodar ágilmente, un par de sexos pendientes del borde de la esfera, que entregaban sus dones a la tierra de modo que los nuevos seres, dice Aristófanes, se engendraban en la tierra. Todo esto aunado a una extraordinaria fuerza acompañada de vigor y orgullo.

Aunque en primera instancia el mito puede resultar perturbador (porque los mitos siempre terminan difuminando la frontera entre lo que fue, lo que es, y lo que debería ser), resulta importante hacer hincapié en esa voluntad comprensiva que representa el relato de Aristófanes. En efecto, los seres humanos tuvimos que ser creados a imagen y semejanza del cosmos, de hecho, como marca la tradición helénica, cada uno de nosotros, en tanto participa de la armonía universal, constituye un microcosmos. Por tanto, qué mejor forma podrían haber tenido nuestros antecesores que la forma esférica, símbolo de perfección, de lo que, al fin, ha dado su salto cualitativo hacia lo terminado. En tanto que símil del macrocosmos, los géneros humanos tendrían que identificarse también con los meteoros hasta entonces conocidos; la luna, el sol, la tierra, como elementos más visibles e importantes. Los astros se convierten en el elemento que al interior del mito, es capaz de dar razón a una de las preguntas más complejas que el ser humano se ha hecho, a sí mismo y a sus semejantes; ¿por qué tenemos un sexo?, ¿por qué yo tengo algo que tú no tienes?, ¿por qué tu tienes algo tan diferente a lo que yo tengo?, ¿para qué se usa y en qué circunstancias? (Sí, de “eso” también se ha encargado la filosofía). Nos remitimos entonces a ese primer estado infantil de anonadamiento y sorpresa. Y tú querido lector, si en su momento tuviste la misma inquietud, ¿cómo pudiste dar respuesta a esa pregunta trascendental? Aristófanes entonces, quizá con la sabiduría de un padre que puede reírse de estas “cosas del mundo” porque sabe (ha saboreado demasiadas historias y las ha hecho suyas, historias que comienzan siempre con: en el principio era…) nos mira con ternura y afirma que tanto en lo pequeño como en lo grande, lo principal es el orden. En ese sentido, los niños son como son por estar consagrados al sol, astro rey, a la tierra, las niñas, ella también femenina desde antaño. A la luna le pertenece un ser complejo, un hibrido del sol y la tierra, una esfera cuyos sexos colgantes del borde de la esfera no se parecen entre sí, ese ser es ni más ni menos, un andrógino.

Desde luego, todo relato primigenio que se precie, habrá de tener un conflicto que provoque la tensión y en este caso la ruptura. Aristófanes comenta que a pesar de las grandes virtudes que poseían aquellos seres esféricos, su mayor defecto, su falta y su ruina resultó ser el orgullo. Insolentes y pagados de sí mismos, aquellas criaturas intentaron retar a los dioses, cegados por tal pasión, no pudieron percatarse de que su batalla, de antemano perdida, les traería graves consecuencias. Apropiado hubiera sido su exterminio de no ser porque entre aquellos seres y los dioses ya se habían creado lazos de mutua necesidad, pues, de haber desaparecido la raza humana, ¿quién rendiría ofrendas a los dioses? La ingeniosa sentencia vino de Zeus, el más sabio entre los divinos, quien dio la orden de partir a aquellos insolentes. Con la misma facilidad con que se puede partir un huevo cocido utilizando un hilo, Hefesto, dios de la fragua, se encargó de la tarea. ¿Cuánto dolor pudo causar aquel procedimiento? De la herida hubo que juntar los bordes, plegar las carnes y anudarlas al centro, para comprobar el hecho, basta con que cada uno de nosotros se mire el vientre, a la mitad del que a la mitad fue cortado está el ombligo. Después de todo aquello, basta voltear la cabeza, para que la criatura al mirarse recuerde su falta y comprenda la razón de su estado incompleto.

La imagen siguiente que el comediante nos ofrece de aquellas criaturas escindidas resulta enternecedora. Terminado el procedimiento con el cual fueron castigados, se buscan los unos a los otros, se abrazan fuertemente, intentan fundirse y regresar a aquello que antes fueron y desde luego, su nuevo estado hace imposible la fusión. Es por ello que, al concentrar todas sus energías en el inútil intento de regresar al estado originario, la raza humana comenzó a perecer. Al ver esto, Zeus se apiadó de los hombres y siendo dios sapientísimo, hizo girar los genitales de los humanos para colocarlos al frente, debajo del nudo-ombligo. Sólo entonces la raza humana pudo hacer de la fusión de los cuerpos un evento poético, en tanto productor. Sólo así aquellos seres pudieron salvarse de la extinción y sobre todo, una vez satisfecho su deseo más apremiante, podían dedicar su tiempo a otras actividades que aseguraran su permanencia. El arte y la ciencia advienen sólo en tanto se satisface el deseo.

El viejo recurso de la comedia, la lente y el espejo que agranda, distorsiona y modifica la imagen de los personajes, y, al mismo tiempo, devuelve su reflejo al espectador, lo hace participar, vuelve al mito frente a nosotros, se ríe con nosotros. Pero qué tontos, qué hilarantes son estos mortales, cuan extraños y deformes con esas cavidades y protuberancias. Ellos, nosotros que alguna vez fuimos tan ambiciosos, inteligentes, autosuficientes y cercanos a los dioses, ahora locos, melancólicos y a veces rabiosos, hacemos de la inserción de una protuberancia en una cavidad, asunto de suma importancia. Y es que el castigo insoportable, aquello por lo que somos dignos de risa, no es otro que la falta, la pérdida de la armonía. Y los dioses se ríen de nosotros, como dice Marta Nussbaum, de esos que “quieren ser como dioses y ahí están, intentando meter un trozo de sí mismos en un orificio de otro; o bien, y esto es aún más cómico, suspiran por llenar con una cosa un agujero propio” .

El mito cómico de Aristófanes representa un punto de inflexión dentro del diálogo platónico. Ya antes los demás convidados tuvieron a bien hablar de la divinidad del amor, de su belleza, de su gloria. Entonces la discusión versaba sobre si Eros había sido el primero y más viejo de los dioses o el regordete acompañante de Venus, que como Apolo, hiere desde lejos con sus flechas. A Eros, como en el discurso de Pausanias que precedió a Aristófanes, también se le atribuyó el ser vínculo social por excelencia, lazo virtuoso mediante el cual el amado y el amante (entidades ontológicamente similares) se unen en el lecho, la palestra, el ágora o el campo de batalla. Y así también, siguiendo el discurso de Erixímaco, Eros es médico, pues es la fuerza que asegura la unión armónica de los elementos del macrocosmos. Ante todos estos discursos, sólo una palabra aguda, certera y democrática como la de la comedia es capaz de hacer tambalear ciertas opiniones románticas sobre el amor. –Señores, basta de discursos rosas-, parece decir Aristófanes a punto de soltar una carcajada, -eso que ustedes llaman amor, es la historia de los cuerpos contingentes y de la vulnerable condición de los hombres a causa del amor.

El mito de la escisión atrae la consciencia de los espectadores, convidados, escuchas y lectores hacía un asunto fundamental: el género humano y sus particulares caminan heridos por el mundo. En efecto, la pasión con que las criaturas escindidas buscan retornar a su naturaleza primera sólo se explica a partir de la necesidad apremiante de aliviar un dolor, de sanar del todo una herida. En ese sentido, como nos comenta Martha Nussbaum, “el cuerpo es fuente de limitación y dolor, las criaturas no se sienten uno con él y desearían poseer uno diferente, o tal vez ninguno” . Eros a quien otros mitos personificaron y dieron atributos humanos, se convierte para Aristófanes en una potencia cuya finalidad principal es el alivio del dolor humano. Ante el dolor de la primera pérdida, Eros se manifiesta como deseo del reencuentro. Sin él y hasta que Zeus se apiadó de los hombres y les permitió unirse, los hombres también debían enfrentar el dolor de perderse los unos a los otros pues “deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados los unos de otros”. También habitaba entonces en la humanidad, el dolor de desaparecer. Eros entonces hará cumplir el gran papel de ser la fuerza vinculante que asegure la permanencia de la vida. Y ahí van las mujeres y los hombres, (una vez partido el andrógino primigenio), o las mujeres con las mujeres (de la esfera de la luna) o los hombres con los hombres (cuya esfera se consagró al sol) a enfrentarse unos con otros, a formar parte de un azaroso juego de colisiones (los cuerpos ya no son flexibles y las fusiones perennes aunque deseadas, son siempre incompletas), para que la ausencia, la nostalgia de lo que fuimos duela un poco menos.

En efecto, el amor atrae los cuerpos sin que estos dejen de constituir el límite para el retorno a la naturaleza. También el mito plantea la posibilidad de que dado el caso, el dios Hefesto, apiadándose de los seres que una vez cortados buscan reunirse, les ofrezca la unión permanente de los cuerpos. En dado caso de que ocurriera un milagro así, estaríamos ente la posibilidad de abandonar nuestro estado necesitado y alcanzar ahí la plenitud. Vueltos una vez más a la totalidad llegaría por fin la paz a los ansiosos corazones, encontrando a aquel ser que una vez formó parte de nosotros mismos, cesaría por fin el poderoso escozor de las pasiones. Dado el caso, ¿aceptaríamos entonces la propuesta del dios para fundirnos por siempre a nuestra otra mitad? Y cómo rechazar una oferta así, si a cambio de ella accedemos nada menos que a la inmovilidad. ¿Qué otra pasión puede mover a un ser esférico que reencontrarse a sí mismo? La paz de una esfera consiste en no necesitar más del exterior. Si recordamos, aquellos primeros individuos fueron autosuficientes y su supervivencia estaba asegurada en tanto pudieran seguir dejando su estirpe en la tierra. En el país de las esferas toda relación se anula así como toda búsqueda y toda necesidad se ve colmada. La esfera que se encuentra a sí misma no desea ni echa de menos, y sobre todo, no duda. Eros en tanto fuerza que une los cuerpos, como nos dice Martha Nussbaum, se convierte entonces en la “aspiración a convertirse en un ser sin deseos contingentes” Y, después de todo esto, tú lector, ¿estarías dispuesto a que el dios te cosiera eternamente a tu amorcito, para formar una esferita de felicidad?

1 comentario:

Unknown dijo...

tú lector, ¿estarías dispuesto a que el dios te cosiera eternamente a tu amorcito, para formar una esferita de felicidad?

El lector no sé sabe…pero tu? Creo que se decanta la respuesta :)
“Tu amorcito” se traduciría en “mi otra mitad” y “esferita” en “esfera” de perfecta completud.
Ahora yo lector, digo que sí me dejaría coser por un tiempo para experimentarlo, eso sí, con puntadas a mano que me den la posibilidad de tirar del hilo madre y desunir lo unido….Por aquello de soldado que huye…vale para otra guerra. Y porque si no hay un deseo que funcione como motor en nuestras vidas, que nos genere esa necesidad de encontrar nuestra media mitad, creo que estaríamos fritos…o definitivamente en otra condición ….no humana quizás?.

A mí se me hace realmente bello el proceso de la búsqueda…aunque no he tenido jamás la sensación de estar muy cerca de encontrar mi medio faltante…Igual fantaseo con la idea de que algún día eso suceda…

Aquí les dejo unas palabras de Alejandra Pizarnik que se me hacen preciosas.

A quien retorna en busca de su antiguo buscar
la noche se le cierra como agua sobre una piedra
como aire sobre un pájaro
como se cierran dos cuerpos al amarse.